Ramírez de la Piscina. San Vicente de la Sonsierra

Una maleta cargada de vinos

Sonia y Salva Martínez ponen su juventud al servicio de una familia vitinitinícola clásica

Sonia y Salva posan en una puerta recuperada por su padre.

Seguir la tradición. Como a su vez, Cecilio, Julio y Pilar. Y antes que ellos, Julio padre, que en plena postguerra asumió los trabajos que demandaban los viñedos familiares en Ábalos. La continuidad la dan Salva y Sonia, hijos de Pilar. Sus viñedos se mantienen en la Sonsierra; sus vinos siguen viajando en una maleta.

De su abuelo quedan unas pocas hectáreas en vaso que superan los 50 años. Eso sí, representativas dentro de las 27 que cultivan en propiedad. La bodega ha mirado más hacia el emparrado. Hectáreas propias y ajenas, pues para elaborar 600.000 litros anuales necesitan de proveedores. De su abuelo y de su padre, Luis, se mantiene la viticultura. «Estamos estudiando nuevos proyectos, pero de momento todo es tradicional», dice Salva Martínez.

Ramírez de la Piscina Reserva Selección

Precio 17 euros

Fruta, aromático, potente y con presencia de madera. Un clásico.
Ramírez de la Piscina Reserva Selección

Julio, una vez más, también les dejó una puerta abierta a la comercialización. Cuando llegaron los problemas, hizo las maletas junto a su mujer Ángela, se marchó a Bilbao y abrió la Bodeguilla Riojana. Corría el año 1961. Doce antes de fundar Bodegas Ramírez, sin ‘de la Piscina’, composición final del apellido que recuperaron años después. Antes, eso sí de 1987, cuando nació la marca. Aquella iniciativa les permite a día de hoy vender el 75% de su producción en el País Vasco. El resto se distribuye en 18 países. «El mercado nacional es muy complicado; el internacional, apasionante», admite Sonia, que ha heredado la maleta que en su día le entregó el abuelo a su madre. «Es más fácil vender con la etiqueta Rioja, pero hay muchos mercados en los que no conocen Rioja. Me gustaría que se pudieran hacer más cosas en la Denominación para competir con las grandes regiones del mundo», suspira. «A veces te preguntas si merece la pena pasar por tanta burocracia para diferenciarte un poco en la etiqueta», añade Salva.

«Es más fácil vender con la etiqueta Rioja, pero me gustaría que se pudieran hacer otras cosas»

Esa continuidad les mantiene ligados a la tempranillo y viura, con alguna tímida incursión de la garnacha y la chardonay, y a la diferenciación por tiempo de envejecimiento. Incluso al uso de adaptar la imagen, en ocasiones, a lo que pide el mercado. «Elaboramos vinos clásicos, pero también trabajamos otros vinos, como el Selección, maloláctica en barrica o blancos fermentados en barrica», puntualiza Salva.

Clásicos en todo su desarrollo. Desde el reparto de funciones hasta el concepto de bodega como edificio, incluido ese pequeño museo de recuerdos que va creando su padre. «Creemos en la línea de la bodega», dice Salva, aunque su frase se corta. Le gustaría hacer algo más, pero su historia dice que lo que hacen, lo hacen bien, aunque a Sonia no le importaría vestir de vez en cuando de guerrillera y sacar las uñas que guardó en una lluviosa tarde. La misma que había mojado la maleta a su llegada de Copenhague.