Artuke Bodegas y Viñedos. Baños de Ebro

El abuelo no estaba loco

Arturo de Miguel, al mando ahora de la bodega familiar, recuerda que «si hoy disfruto de viñedos viejos es porque alguien se esforzó en su momento, y yo quiero hacer lo mismo»

Arturo en Los Locos, donde manda la caliza (se ve en la foto superior) en un terreno pobre e ideal para la viña.
Arturo en Los Locos, donde manda la caliza en un terreno pobre e ideal para la viña.

Cuando el abuelo de nuestro protagonista, don Cesáreo, hincó la viña en este paraje dejado de la mano de Dios, a 550 metros de altura, allí donde sólo los animales se dejaban ver, fue tildado por sus paisanos de loco. ¡Bendita locura!

«En el pueblo todo el mundo compraba en las zonas más fértiles y él fue en dirección contraria. Claro, la comidilla era que se había gastado las perras monte arriba: ¡Está como una cabra!», decían. Así lo recuerda Arturo de Miguel, nieto de Cesáreo y actualmente al timón de Bodegas Artuke. A veces el tesoro se encuentra donde nadie lo espera. Cesáreo creyó en una parcela incomprendida e invirtió sus ahorros en un terreno pobre de gravas y calizas, difícil de trabajar, por tener más superficie.

Finca de Los Locos

Precio 24 euros

Vino de tempranillo, graciano y viura elaborado en fudres de 35 hectólitros. Coupage tradicional de Baños de Ebro.
Finca de Los Locos

Y es que el tiempo, y más en la viña, coloca a cada cual en su sitio. «La parcela la compra allá por el sesenta. Pasa el tiempo y justo el año que nazco yo, en 1981, mi padre y mi abuelo la plantan con algo de viura, tempranillo y graciano en la parte más soleada. Sí, a veces se queda un poco justo de grado, pero mi concepto es hacer vino de este lugar privilegiado, no sólo cuando la añada es buena y hacerlo con las variedades que conviven en la parcela», indica Arturo.

Quinta generación de viticultores y segunda de bodegueros, Arturo viene con la mochila cargada de ideas. «Aparte de pasión, hay que poner detalle y precisión, y con mi modelo de bodega puedo hacerlo». Porque a veces el concepto sostenibilidad es muy etéreo: cuidar la viña, buscar su equilibrio y, también, poder parar: «Marcharme a la viña a pasear o sentarme en el banco a ver pasar tractores y charlar con los mayores. Esa es mi sostenibilidad mental», dice Arturo. «No quiero crecer y perder esos lujos».

El equipo que trabaja en Artuke es de la zona, de Cenicero, Ábalos y Logroño, con su hermano mucho más enfocado al campo. La bodega es hoy propiedad de Arturo: «Kike prefiere la viña y me vendió su parte de la bodega. Eso sí, las uvas de sus viñas siguen viniendo a Artuke». «Entre mi hermano y yo tenemos unas 30 hectáreas que trabajamos desde 2008 en ‘eco’, aunque fue en 2019 cuando pedimos la certificación para las de mayor calidad».

Arturo en Los Locos, donde manda la caliza en un terreno pobre e ideal para la viña
Arturo en Los Locos, donde manda la caliza en un terreno pobre e ideal para la viña.

Pero las decisiones en una bodega casi nunca se dejan al albur: «Mi punto de inflexión se produce en 2011, cuando nace mi hijo con alergia a algunos alimentos. Leo mucha etiqueta y me doy cuenta de toda la basura que comemos; ahí me tiré de cabeza a lo ‘eco’ y en bodega tomamos conciencia de trabajar sin pesticidas mirando por el futuro del pueblo y la comarca».

Escuela con viticultores

La última ‘locura’ de Arturo viene precedida de una penúltima. Haciendo suyo el concepto de El Rapolao en el Bierzo, quiso unir en una caja distintos vinos de Baños de Ebro etiquetando con la misma marca. No terminó de cuajar. Pero la última sí que está en marcha. «Tengo seis amigos que son proveedores de bodegas, les propuse hacer una escuela de viticultores donde cada uno ponía en valor su nombre haciendo su vino con total libertad: ¿quién te dice que alguno no acaba haciendo su bodega? Sería una maravilla».

Al firmar la despedida Arturo me mira: «Fernando, ¿quieres ver donde criamos los vinos? «Claro que sí», respondo. Allí, ya con un vaso de Finca Los Locos en la mano, conozco al Arturo más cercano: «La viña es un trabajo de solidaridad. No hacemos tornillos, sino vino. Yo planté en 2013, pero tengo viñedos de 1920 y de 1981, es decir, alguien se esforzó para que yo disfrutara de ese viñedo viejo y para cerrar esta especie de círculo vital yo también tengo que plantar para los que vendrán». «Así –continúa– convivirán viñedos de cien años, de cincuenta y de diez, un ciclo equilibrado de vida. Yo me voy a ir pero el viñedo se va a quedar, como el que plantaron mi abuelo y mi padre para nosotros». Sostenibilidad de la buena.