Cupani. San Vicente

Que me entierren en Saint-André

Enrique y Miguel Eguíluz, Cupani, trabajan en la búsqueda del vino que nazca de la pureza del viñedo y de la vitivinicultura. Su espectacular ‘clos’ San Andrés convierte el sueño en realidad

Enrique y Miguel, a las puertas de San Andrés

Cuando muera, entiérrame en una viña para poder devolverle todo lo que me dio en vida».

El camino serpentea hacia la necrópolis. Al fondo, se puede adivinar Peciña. El asfalto queda separado del viñedo por un muro de piedra que alcanza su esplendor en una portada abierta. Estamos en San Andrés. Su guardián es una choza rehabilitada por Enrique y Miguel Eguíluz, Cupani. Cupani, es decir, tempranillo; tempranillo, es decir, Cupani. Y en esa choza reza esta frase de Francesco Guccini, aunque para ellos es la choza de su abuelo. Sin más.

Cupani 2018

Precio 15 euros

Monovarietal de tempranillo que refleja la fruta y el cuerpo de esta variedad en tierras de la Sonsierra
Cupani 2018

«Los cimientos son los originales del monasterio que había aquí. Dicen que data del siglo XII, más o menos, y que quedó arrasado en las campañas entre castellanos y navarros. El viñedo era la parcela que tenía agricultura. Por eso hay tantos lagares», dice Enrique Eguíluz sobre el muro.

Enrique es de verbo recio y realista; Miguel, más joven, habla impulsado por sus sueños. Pasear por San Andrés traslada la mente a míticos viñedos borgoñones, delimitados por cuidadas murallas de piedra.

La familia Eguíluz ha empleado muchas horas, y emplea, en devolver a la tierra lo que le ha dado, en trabajar para que lo han encontrado sea mejor cuando una nueva generación tome el relevo. En San Andrés han reconstruido murallas y apuntalado ribazos en un tiempo en el que la sinuosa orografía local da paso a vastas planicies. El viñedo conjuga la sabiduría de los años, una hectárea de 75 años de edad, con la rebeldía de la juventud, otra hectárea plantada en 1981.

«Nuestro padre renunció a los herbicidas en 1992; lo hizo por convicción»

Su amor por la naturaleza es generoso. Viticultura ecológica y sostenible. No se usan herbicidas, no hay prepoda para no hacer heridas innecesarias, la poda es sucia y los tratamientos son básicos, pero con el objetivo de prevenir, no de curar. Azufre en polvo, sulfato de cobre y poco más.Eso sí, muchas horas de trabajo silencioso en sus dieciséis hectáreas de uvas tempranillo, viura, garnacha y otras variedades minoritarias. Cupani busca la pureza: plantaciones a herrón, barbado y sarmiento propio pata injertar. «Es más arriesgado, pero creo que es mejor, porque injertas lo que tu quieres y las cepas desarrollan más raíces», afirma Enrique, fiel defensor de vasos cuya edad media se mueve en los 45 años. «En mi opinión, la calidad que da el vaso no la da el emparrado», añade.

Para ellos el vino nace de la viña. No usar herbicidas no es fruto de una revelación, sino de la práctica. «Mi padre usaba ‘roundup’ y se dio cuenta de que los melocotonares de mi abuelo se estaban muriendo. Y pensó en lo que nos iba a dejar», recuerda Enrique. Y renunció a los herbicidas.

Enrique y Miguel
Enrique y Miguel.

Corría el año 1992. «Él lo hizo por convicción. Ahora parece que queda muy bien hablar de sostenibilidad. ¿Crees en ella?», apostilla Miguel. «Hace 30 o 40 años la viña no tenía la importancia que merecía. Su valor era producir kilos de uva, sin otro objetivo. Ahora buscamos sacar de cada parcela lo mejor que puede ofrecer. ¿Cómo? Bajando rendimientos, cuidando el suelo,… Es otra idea. Hace 30 años era impensable. Ahora nadie puede entender el vino sin hablar del viñedo. Espero que no sea una moda, sino una idea que ha llegado para quedarse», explica.

¿Y como son los vinos de Cupani? «Vinos excelentes, malos, buenos… Es algo que no sirve en una denominación tan amplia. A mí no me sirve de nada una añada excelente si mis uvas son malas. Mi preocupación es tener las mejores uvas posibles, es la mejor añada, aunque para el resto no lo sea», dice Enrique. Coincide con su hermano en el escepticismo que le genera la amplitud del significado de la palabra ‘Rioja’. Buscan la esencia del vino, más allá de etiquetas. «Hay gente que destroza su futuro por poner veinticinco cepas más», apostilla Enrique.

Rielo, blanco, Cupani, Sir Cupani (y Cupani Garnacha) y Baskunes, tintos. Cinco expresiones de la tierra. Mandan los suelos, aunque ambos defienden la intervención del hombre y una máxima que el mercado ha anulado. «La agricultura natural no existe. Siempre hay intervención. El agricultor debe depender de sí mismo. Trabajar sus vinos, elaborar y vender». Mucho en pocas palabras. «Antes nadie quería quedarse en el campo; ahora, todos», dice Enrique. Un gran paso.