vinos en voz baja. aldeanueva de ebro
De oficio, alumno y cuidador de viñedos
Carlos Mazo defiende la rutina en el viñedo como vía que aglutina el saber y el trabajo para vendimiar las mejores uvas y elaborar vinos por intuición
Pasan los años y las cosechas, pero Carlos Mazo mantiene firme su pensamiento. Sus Vinos en Voz Baja refuerzan el lazo con la tradición, el respeto a la sabiduría que da la experiencia y los sentidos: ver y escuchar. Mazo cumple una década reivindicando Rioja Oriental, una región que adora y que incluye dentro de un ranking personal que le dice que está entre las diez mejores del mundo. Y no es marketing, es sentimiento. Es honesto, sobre todo honesto, y vive en paz. Su oficio es el de cuidador de viñas, complementado con la condición eterna del alumno que siempre quiere aprender más.
Sus viñedos unen Aldeanueva, Autol, Calahorra, Alfaro y Rincón de Soto. Visto así se puede pensar en una vasta extensión, pero nada más lejos de la realidad. Diez viñedos y poco más de seis hectáreas que le mantienen ocupado y de los que manan unas 27.000 botellas. «Es una explotación pequeña», se apresura a decir antes de recordar que aunque es alumno también es pionero. «He sido el primero de mi familia en estudiar y el primero en elaborar vinos. Mi abuelo era injertador y mi padre trabajó durante cincuenta años para Campo Viejo en las fincas que tiene en Villarroya y Alfaro. Ahora estamos juntos», dice.
Él es quien ha dado un paso más en la forma de entender el viñedo, aunque sigue siendo fiel a la cita con la tierra. Ahí, entre cepas, se siente a gusto. «Procuro intervenir muy poco en bodega. Cuidar lo que llega de la viña. Allí, en la bodega, no hay nada. Ni tecnología. No por nada, sino porque entiendo que no necesito una despalilladora o un sistema de control de temperatura. Busco acercarme lo más posible a la artesanía», señala.
Oferta enoturística
Así, sus elaboraciones no dejan de ser intuitivas, de las que se manejan a través de la sensaciones, aunque también eche mano del laboratorio; pero sobre todo hay experiencia, la suya y la que aporta su padre. Vinificación de uvas enteras y a cielo abierto. No es fácil. Demanda sabiduría y también riesgos.
«La viña demanda un oficio, y no me refiero a saber podar o realizar otros trabajos, sino a hacer lo que te pide en el momento que te lo pide. Tienes que entenderla. La viña es una rutina en la que siempre tienes el objetivo de hacer la mejor uva. Cada año, cada cosecha, un poco mejor. Esa es la rutina, mejorar», desgrana. Quizá por eso uno de sus vinos se llama Costumbres.
«Cada año busco ese vino fino, delgado y fácil de beber»
Esa rutina, ese saber escuchar al pasado para buscar conocimiento le lleva a ser también un poco erosivo con la palabra. Otro de sus vinos, Erosivo. Quiere valorizar Rioja Oriental. «Cuando hablo de región, me refiero a Rioja Oriental y a esos cinco pueblos que yo conozco porque en ellos están mis viñas. Y es una región histórica que en ocasiones no goza de buena crítica desde el mundo periodístico. Hay que acercarse a ella, conocer su campo y ver cómo se trabaja», insiste. Tanto como para discutirle a la calle 30 centímetros en su anchura para aumentar la densidad de plantación (4.800 por hectárea) y con ello la longevidad de sus cepas. Lo que se traduce en mucho más trabajo, pero él concibe cada cepa como una microviña.
Eso es lo que busca en sus vinos. «Quiero que reflejen el estilo de trabajo de la región, que tengan esa nota diferenciadora que te da vendimiar garnachas en vaso de 50 años. Cada año sigo buscando ese vino fino, delgado y fácil de beber», concluye en voz baja y mensaje claro fruto de una mente diferente.
Outsider de ideas muy claras