OPINIÓN
El encanto de un lugar irrepetible
El enoturismo es cultura y es negocio, pero también la verdad de una región fascinante
La Rioja se exhibió tiempo atrás ante el mundo como «la región con nombre de vino». Como analogía para un reclamo publicitario tuvo su gancho, tal vez de la misma forma que podría haberlo tenido, a la inversa, presentar al producto emblemático de esta tierra como el vino con nombre de región. El viejo juego del huevo y la gallina. En otros lugares, pongamos Rueda, dejaron que sus elaboraciones vinícolas fueran más reconocidas por la variedad – el verdejo– que por la procedencia. Un error del que tardaron tiempo en arrepentirse. Porque el vino, el buen vino, es sobre todo un símbolo que ayuda a la identificación del territorio del que procede y a la consideración del talento acumulado durante generaciones por viticultores y bodegueros comprometidos con la excelencia.
Gracias a ese compromiso, La Rioja ha consolidado ante el mundo una imagen de calidad indefectiblemente unida al carácter de sus vinos. Y ha descubierto que, en torno a esa percepción, es posible ampliar el valor añadido de una imagen de marca tan poderosa. El enoturismo no es un recurso que haya surgido de la noche a la mañana, sino el resultado de años y años de cuidados de un paisaje de viñedos irrepetible y de compromiso en el trabajo, puertas adentro, de bodegas que han encontrado un nuevo reclamo para convocar a apasionados, interesados o meros curiosos por descubrir el genio que habita en cada botella Rioja: toda esa cultura que se ha construido a base de sacrificio y tensiones, pero también de sabiduría y prudencia para administrar con criterio un activo tan valioso como el que acredita a la primera Denominación de Origen Calificada de España.
«La Rioja ha consolidado ante el mundo una imagen de calidad indefectiblemente unida al carácter de sus vinos»
La tierra que ahora exhibe orgullosa su seña de identidad como «enorregión» ha sorteado muchos obstáculos hasta consolidar un bien ganado prestigio. Cuentan las leyendas que, allá por el siglo XVI, el rey Felipe II ordenó que no volvieran a servirle ese líquido «grosero» de procedencia riojana y que lo enviaran a las tropas de los tercios, cuya soldada incluía el pago de un litro de vino al día. Incluso ha llegado a afirmarse que en Cenicero construían casas con argamasa hecha con vino para dar salida a los excedentes. Tal vez se trate de una oportunidad digna de explorar, pues un argumento idéntico se ha utilizado para convertir la Torre del Reloj de Toro en un reclamo turístico en torno al vino.
En el enoturismo, explica Alberto Gil a la vuelta de esta página, hay cultura y negocio. También está la verdad de una región que es reconocida y admirada por sus vinos y que extiende esa identidad más allá de sus límites administrativos: La Rioja alavesa y una parte de Navarra. Todas ellas están representadas en este suplemento, que agrupa los atractivos turísticos de Rioja en seis zonas y que trata de ofrecer a los lectores una guía para ordenar, disfrutar y, en su caso, descubrir las maravillas de un lugar que, como ha remarcado Concha Andreu, «no tiene nada que envidiar a ninguna región vinícola del mundo».