Una ruta por el pasado monástico
Entre códices y garnachas centenarias
El resurgir de los emergentes vinos del Najerilla acompaña a la ruta cultural más rica de La Rioja: el Valle de la Lengua
Arrancamos camino en Nájera. Tomando café se presiente un día intenso. El Alto Najerilla suena diferente. Miramos hacia La Demanda y es como si un escalofrío entrara en el cuerpo: ‘territorio salvaje’, donde la temperatura baja y los viñedos viven a un ritmo diferente al habitual en la denominación. Tierra fría, dicen los lugareños. Es comarca de monasterios, donde nació el castellano y donde las sufridas garnachas, al menos algunas, sobrevivieron a la ‘dictadura’ del tempranillo, que tanta diversidad se llevó por delante.
En el Valle de la Lengua, historia y enoturismo van de la mano
Nájera, como hito del Camino de Santiago y como capital del Reino de Navarra en tiempos de Sancho III el Mayor, rey de Pamplona y Nájera, fue siempre un lugar de gran importancia en la zona. En aquella época, hace casi mil años, reinando Don García Sánchez III, se edificó el monasterio de Santa María la Real, donde se encuentran los mausoleos de los reyes e infantes del reino de Nájera-Pamplona, precursor del reino de Navarra.
Cuenta la leyenda que estando de caza tras un halcón, Don García se adentró en el bosque donde encontró una cueva con un altar con la Virgen y el Niño. Y decidió que ese sería el lugar perfecto para un nuevo monasterio. Nuestra siguiente parada, pasando Badarán y Berceo, nos acerca hasta San Millán de la Cogolla. Palabras mayores. Cuna del castellano y del euskera, patrimonio de la Humanidad y lugar de reposo del santo Millán.
Los monasterios de Yuso y Suso conforman un conjunto de tal belleza que al llegar debemos parar y respirar hondo. Suso es un pequeño cenobio mozárabe perdido en la montaña que guarda en su interior las tumbas de los Siete Infantes de Lara junto a tres reinas navarras, además del bellísimo sepulcro de San Millán.
Junto a los monasterios, las viejas garnachas del Alto Najerilla viven una segunda juventud
En Yuso fue donde hace más de diez siglos un monje escribió cuarenta y tres palabras en romance al margen de un texto latino de San Agustín. Son las Glosas Emilianenses que con el paso de los siglos se convertirían en el primer vagido de la lengua castellana. Su fabulosa biblioteca conserva unos diez mil volúmenes y todo el misterio de los archivos monacales. Realmente, en San Millán el tiempo corre a otro ritmo, el que marca la historia.
Si nos da tiempo y nos vemos con ganas de adentrarnos en la sierra, podemos subir atravesando Anguiano hasta el monasterio de Valvanera, donde pasaba la línea fronteriza entre Castilla y Navarra en el siglo XI. Es este lugar de culto y veneración para todos los riojanos ya que aquí está la patrona de La Rioja: nuestra Señora de Valvanera.
Quizás, tras el ‘empacho’ cultural de la mañana, convenga parar en alguno de los buenos restaurantes de la zona para reponer fuerzas con –ya que estamos ejerciendo de turistas en nuestra propia tierra, comportémonos como tales y disfrutemos de unas patatas con chorizo y unas chuletillas o ¿quizás unos caparrones con unos pimientos rellenos? Difícil dilema…, aunque, una vez tomada la decisión, calma y tranquilidad, que ya lo sugirió Gonzalo de Berceo: La Rioja debe saborearse como un vaso de buen vino, lentamente, sin prisas. Y con una botella de la garnacha de la zona, mejor que mejor.
Duele ver el estado en el que malviven estos venerables monasterios del Iregua. Lejos quedan los tiempos de esplendor, pero, incluso con el abandono actual, revelan su grandeza
Viñedo viejo
En varios de estos pueblos no ha habido concentración parcelaria, y bien que se agradece. Por situarnos, decir que Cárdenas tiene un 15% de su viñedo con más de 80 años de edad y Badarán casi un 12%.
Ambos pueblos son los que tienen mayor proporción de viñedo viejo de la región, junto con Leza y Laguardia en Rioja Alavesa. Pero si nos ofrecen una garnacha de Baños de Río Tobía, Bobadilla o Cordovín no lo dudemos, es el ‘terroir’ de los vinos del Najerilla en estado puro.
La ruta, que llevamos ya unos kilómetros, podemos cerrarla llegando hasta la abadía cisterciense de Cañas. La Orden del Císter sigue la Regla de San Benito, que promueve el ascetismo y el rigor litúrgico, dando importancia al trabajo manual. La belleza de la abadía ha hecho que también se le conozca como el monasterio de la Luz, luz que continúa apagada después del cierre que sufrió en época de la pandemia. Así que, un deseo… ¡hágase la luz! Con la labor hecha, parada y fonda en alguno de los pueblos recorridos, que el lugar queda a la elección del viajero. Pero se impone, antes de sentarse a reponer fuerzas, una vuelta por los bares o bodegas del lugar elegido para echar unas buenas garnachas. Salud.
Las miserias del olvido
Fuera de la atención mediática de los grandes monasterios del Valle de la Lengua, las ruinas de los santuarios del Iregua reclaman también nuestra atención. Más trabajando con la imaginación y apelando al esplendor de antaño dado su decadente presente.
Tenemos ejemplos como el convento de San Antonio en Nalda, estudio improvisado de rodaje de cortos e incluso de algún vídeo musical, o el de Santa Clara de Entrena, que estuvo habitado por monjas llegadas de Tordesillas hasta 2001. Sin olvidar el notable de San Prudencio de Clavijo, a dos kilómetros en ruta desde Ribafrecha, que, pese a su deterioro, todavía muestra parte de su poderío e impresiona por su localización y belleza. Los ha habido de enorme importancia como el de San Martín de Albelda –aunque no queda nada de su estructura–, que fue uno de los centros culturales más importantes de la Alta Edad Media por su prolífico scriptorium y el Códice Albeldense. Sin olvidar el monasterio de San Julián de Sojuela, donde en el año 1044 se reunieron los reyes de Aragón (Don Ramiro), de León (Don Fernando) y de Nájera (Don García) para trazar la conquista de Calahorra. Y quedan por nombrar muchos de los que conviene no perder la memoria, porque su olvido supone también dar cuenta de nuestras miserias. Nosotros proponemos en todo caso esta ruta por los monasterios del Iregua y por las bodegas de la zona también, que trabajan con su propio terroir y sus viñedos históricos.
Monasterio de Santa María la Real
Las obras de este conjunto finalizaron el año 1052, convirtiéndose entonces en sede episcopal y Panteón Real. Desaparecido el Reino de Nájera, el rey de Castilla Alfonso VI entregó Santa María La Real a los hermanos benedictinos de Cluny en el año 1079 y así varias generaciones de monjes habitaron el monasterio durante la Edad Media. En aquella etapa oscura y crispada, la comunidad benedictina custodiaba aquel pequeño mundo en el que vivían entregados al trabajo y la oración.
Monasterios de Suso y Yuso en San Millán
El conjunto de San Millán se distribuye en dos partes: Suso –de sursum, arriba– y Yuso –de deorsum, abajo–. Suso es un pequeño cenobio mozárabe que guarda en su interior las tumbas de los Siete Infantes de Lara, además del bellísimo sepulcro de San Millán. El conjunto monástico de Yuso, con su fabulosa biblioteca, data del siglo XVI.
Monasterio de Cañas
Esta abadía cisterciense es una de las primeras que se fundaron en España. Don Felipe Díaz de Haro, IX señor de Vizcaya, y su esposa, doña Aldonza Ruiz de Castro, donaron en el año 1170 las villas de Cañas y Canillas a las monjas del monasterio de Hayuela para que fundaran una abadía. Cerrado al público desde la pandemia, es un espectáculo entre viñedos como se aprecia en la imagen.