Vinos, necrópolis y lagares de la Sonsierra
De tumbas, viñedos, lagares, ermitas y otras historias de piedra y viñedos
Dos horas de recorrido, 20 kilómetros en coche por caminos entre paisajes de enorme belleza: una ruta, de las mil posibles, por la Sonsierra ancestral
Aveces uno se pregunta cómo rutas como la de estas páginas no están señalizadas convenientemente, cómo no son conocidas y aconsejadas en las oficinas de turismo. Son pequeñas excursiones que abren la mente y permiten conocer, o al menos intuir, el pasado disfrutando de paisajes que te reconcilian con las maldades del día a día. Además, entiendes la inteligencia de gentes que hace cinco, diez o quince siglos vivían donde ahora lo hacemos nosotros con penuria de medios y aprovechando la naturaleza con mayor inteligencia que la nuestra.
Pero vamos al tajo. Partimos en San Vicente, desde la ermita de Los Remedios hacia Briones. Tomando el primer desvío a la derecha vemos en lo alto la ermita de Nuestra Señora de Dios de la Peña, desde donde las vistas permiten dominar La Rioja y Álava en 360 grados. Junto a las tres tumbas de la ermita, el hueco abierto de la cueva nos permite advertir San Vicente a nuestra altura y Briones a lo lejos con los viñedos siempre presentes. Se adivinan por las distintas tonalidades los tempranillos, las garnachas y las viuras de la Sonsierra.
Seguimos camino dejando el Chozo El Muerto a nuestra izquierda en un bonito paraje donde Enrique Eguíluz (Bodegas Cupani), se acerca a conversar con dos viticultores que ya están en la faena de la poda. Enrique es el sobrino de nuestro guía en la ruta, José Ramón Eguíluz, contumaz investigador y ante todo amante de la villa que le vio nacer, San Vicente, quien no deja de sumar datos al cuaderno de bitácora que vamos rellenando. «Siguiendo por este camino saldremos a la LR- 124 y, cruzándola, llegaremos a la antigua ermita de San Martín de los Monjes restaurada por Bodegas Tobelos. Te va a gustar».
Allí nos encontramos con el primo de José Ramón, almorzando junto a la viña de Los Quiñones en un rito que, parece ser, repite con frecuencia: en soledad o acompañado, que lo mismo le da. El cuentakilómetros marca 3,2 y sorprende haber visto tanta maravilla en tan breve paseo. Junto a las 72 tumbas antropomorfas, apenas quedan restos de la ermita y, entre trago y trago, comenta el grado de desidia pública por el mantenimiento del patrimonio: «Con ocho años yo bajaba a jugar aquí y en las ruinas se veían todos los nacimientos de las paredes maestras y los dos pilares cilíndricos», dice con un punto de desánimo José Ramón.
En esta ruta de piedras y de viejos viñedos no hay un sólo momento para el aburrimiento
Echando la vista al monte, todavía se adivinan las ruinas del antiguo Santuario de Nuestra Señora de Toloño, que era el mayor de la Sonsierra. Allí acudían gentes de Haro, San Vicente, Labastida y de ambos lados de la sierra. En un principio, se asentaron monjes eremíticos al abrigo del castillo de Toloño que, posteriormente, pasaron a ser la Orden de San Jerónimo y la habitaron hasta bien avanzado el siglo XV. Pasados los años, como era un lugar tan áspero, se bajó y se creó la Hermandad de la Divisa.
Seguimos ruta hacia la necrópolis de Las Sepulturas, que tiene una característica especial ya que se encuentran separadas las tumbas de adultos con las de niños y más jóvenes. Se cree que debajo de la necrópolis podía estar la antigua villa que no se ha conseguido descubrir. Llevamos una hora de camino, parada incluida para un pequeño almuerzo, y 6,3 kilómetros recorridos.
Volviendo a la ‘civilización’, tomamos por una vía no asfaltada la carretera LR-317 y llegamos al barrio de arriba de Rivas de Tereso, antiguo San Miguel de Rivas. Allí, gracias a la gentileza de Enrique Bravo, actual propietario, vemos las ruinas de San Miguel de Ripa, fundada por el conde Don Marcelo en el siglo XI. Como tantas otras, se arruinó tras las invasiones francesas y las guerras Carlistas y hoy apenas se puede intuir su antigua grandeza.
Con un punto de tristeza subimos al coche y enfilamos la carretera dirección San Vicente, dejando a nuestra izquierda, en el kilómetro 13,2, el eremitorio de La Llana, un antiguo poblado con iglesia y multitud de tumbas antropomorfas muy singulares porque la mayoría son de adultos, que en general eran monjes. Encontramos un precioso lagar que todavía se utiliza, como vemos por los restos de racimos que allí reposaban.
Ya en la rotonda junto a San Vicente tomamos la desviación hacia Bodegas Carlos Moro y entramos, km 15,5, en el término de Garugele. Dejando atrás Bodegas Olmaza, llegamos a la ermita mozárabe de San Martín de la Nava, que supone un ejemplo claro de que al lado de toda fundación de ermita existía un poblado medieval con el río cercano para el suministro del agua. Los poblados solían ser aterrazados con sillares sin argamasa como el que vemos aquí.
No queda nada para finalizar la ruta, pero lo queda vale la pena. Rehacemos camino y, en paralelo a la carretera general, llegamos hasta un cartel en el km 17,5 que nos indica la necrópolis de San Andrés, fin de ruta. Dejamos a la izquierda el guardaviñas de Hornillo y siguiendo un murete alcanzamos destino.
Espectacular, no tengo otro calificativo para este conjunto donde los restos de la ermita conviven con la necrópolis. A sus pies una viña propiedad de Enrique Eguiluz (Cupani), de la que cuando la cosecha viene buena pueden salir 80 ó 90 botellas. Un lugar idílico.
Como fin de ruta me parece perfecto. Sólo queda volver a la ermita de los Remedios para consultar cuentakilómetros y reloj. Apenas dos horas que se han pasado en un suspiro y 19,8 kilómetros de recorrido. En el tintero dejamos unas cuantas ermitas como la de Santa María de la Piscina o la de Orzales, algunos guardaviñas de postal, decenas de enterramientos y cientos de lagares que también merecerían una visita. Obviando el grado de abandono de alguno de los lugares visitados, queda un poso de alegría por la belleza de lo visto. Definitivo, ¡hay que hacer esta ruta!