Bodegas Campillo. laguardia
Aquí se cerró el acuerdo para crear el Guggenheim
El arte siempre está presente en esta bodega al estilo ‘chateau’ bordelés, que fue el sueño arquitectónico del impulsor del ‘imperio’ Faustino
Hace poco más de un mes se conmemoraba en Bilbao el 25 aniversario de la puesta en marcha de un proyecto que colocaba a la capital vizcaína –y a la vecina comunidad del País Vasco en su conjunto– en primera línea del arte y la cultura a nivel mundial. Se trata del Museo Guggenheim, inaugurado en octubre de 1997. Pero se puede decir que el empujón definitivo para su construcción junto a la ría lo recibió en el corazón de Rioja Alavesa en 1991.
De la mano del Gobierno vasco, cuyo lehendakari en aquella época –José Antonio Ardanza– tenía buenas relaciones con el propietario de la bodega –Julio Faustino Martínez–, la Fundación Guggenheim conoció esta comarca «próxima a Bilbao», se dijo, con todos sus encantos, entre ellos el vino de Campillo y una bodega ya entonces pionera en hacer enoturismo.
«Porque si algo tenía claro don Julio», como aún siguen llamando a quien impulsó el ‘imperio’ bodeguero Faustino –ahora el grupo empresarial se llama Familia Martínez Zabala–, «es que quería una bodega para enseñarla y ser visitada. Era su sueño», explica Beatriz García, responsable de enoturismo. Así surgió un edificio majestuoso entre viñas, al estilo ‘chateau’ bordelés.
Colección de pinturas
Y es que «don Julio también daba una gran importancia a tener viñedo propio. Lo primero era comprar la tierra y a partir de ahí crecer», añade. Lo consiguió con esta bodega, de producción muy inferior a Faustino pero que era «especial» para el entonces máximo responsable, fallecido hace dos años. Por primera vez en Rioja Alavesa se encargaba la construcción a un arquitecto, Aurelio Ibarrondo, que abrió el camino a la llegada de proyectos imponentes como Ysios en Laguardia o el hotel de Frank Gehry –precisamente el autor del Guggenheim– para Riscal. Porque hasta entonces eran ingenieros industriales los que diseñaban estos edificios, centrados principalmente en la producción de vino y que dejaban en un segundo plano el concepto artístico y turístico.
Oferta enoturística
Campillo, la viña que arrasó la filoxera
Piedra natural, voladizos de madera y sillería o una gran escalinata de pizarra para acceder al pórtico de entrada con siete arcos de medio punto destacan en la bodega de Campillo que conjuga en su interior tradición y modernidad y una perfecta armonía entre sus materiales, con cabida también para el acero inoxidable, el hormigón visto, la cerámica o el granito.
Y en un lugar donde se cierra el acuerdo para construir un museo que está entre los más visitados de España no podía faltar la alusión al arte, con una colección de pinturas que prácticamente da la bienvenida al visitante. «Tenemos un acuerdo con una galería de Madrid para exponer aquí obras y ahora hay autores como Antoni Tàpies o Miquel Barceló», destaca.
Desde ese gran vestíbulo de entrada se pueden contemplar también los cinco niveles en los que se divide la bodega, vertebrados por la escalera de caracol y que es el eje de conexión de los diferentes espacios. Llama especialmente la atención la sala de barricas, cuyo techo parece el casco de un barco pero invertido y que pretende ser un homenaje a la forma en la que fue descubierta la crianza del vino.