Clemente García. baños de río tobía
De aquel folio en blanco
La historia de Clemente García la ha escrito el viticultor día a día, con su apuesta por las viejas garnachas ecológicas de la zona y la rehabilitación con sus propias manos de la vivienda y bodega familiar
Baja el viticultor a recibirme con la cafetera en la mano. Lo digo porque en muchas ocasiones cuando hablamos de una bodega familiar no llegamos a entender la dimensión de la de Clemente García. Él y su familia viven en el piso de arriba, es decir, que la frase de que la próxima generación «ha mamado el vino desde pequeño» no puede ser más real.
La casa acoge en el sótano el calado y el botellero, la maquinaria ocupa también ahí su lugar además de apropiarse del patio en vendimias, mientras que en los pisos superiores vive la familia. «Mis dos abuelos eran agricultores y con Simón iba habitualmente a la viña. Se enfadaba porque al principio le daba mucha guerra, pero también le gustaba: con 12 o 13 años ya podaba, recogía sarmientos… Con mi tío Pedro, que era enólogo, empecé a hacer vino y a saber manejarme con las uvas», recuerda Clemente García, quien comenzó así a escribir las primeras líneas de su ‘folio en blanco’. «En 2011 estudié Enología y me lancé a recuperar la bodega con mis propias manos, un trabajo que me llevó cuatro o cinco años».
La bodega se integra en la casa familiar. Arriba, la vivienda y abajo, el vino
«Entonces ya veía que estaba escribiendo mi propia historia –prosigue–, hasta que en 2014 elaboré la primera añada... La verdad es que miro atrás y me asombro de lo que hemos hecho». Lo suscribo porque la bodega de Clemente es una de las más bonitas que pueden visitarse. Allí se respira la verdad de las bodeguitas de los antiguos cosecheros, pero puesta al día con gusto y cariño: «La fachada es de 1700 y la tramada principal de la casa tiene 500 años», detalla el viticultor.
Oferta enoturística
Hacer comarca
Clemente García trabaja con la ilusión de ayudar a convertir la comarca del Alto Najerilla en una zona de calidad en términos vitícolas, con Baños, Badarán, Cárdenas, Camprovín y Bobadilla como referentes principales. «Debemos, por nosotros y por los que vienen después, proteger el paisaje. Los monasterios, la sierra con el Rajao y su hayedo, el valle de San Millán... son lugares maravillosos». «Tenemos una gran diversidad –continúa– que permite al enoturista empaparse de cultura, de montaña, del río Najerilla, de las enormes choperas…».
Clemente no solo es viticultor, es también enólogo, restaurador, esposo y padre y populicultor (cultiva chopos): «Las visitas las llevo yo y las combino con mi primo, que tiene una fábrica de embutidos, otro producto clave del pueblo, y que vive enfrente. Viene gente de todo tipo e intento adaptarme a cada grupo, pero eso es muy importante porque ponen cara a mis vinos. Hace dos semanas llamó un grupo de suizos, y es una satisfacción enorme que te encuentren en un pueblo como Baños, pero también vienen alemanes, franceses, ingleses y americanos».
El viticultor destaca especialmente que «aquí en el Alto Najerilla hemos sido fieles a la garnacha, a pesar de que ha tenido unos años malos, que ha estado denostada incluso por los técnicos, aunque también sabíamos que en los grandes e históricos vinos de Rioja había un 25 o un 30% de garnacha, aunque no lo reflejaran en la etiqueta».
«En Baños –concluye– nunca la abandonamos y tenemos pequeñas viñas plantadas por nuestros bisabuelos que han demostrado la grandeza y la versatilidad de esta variedad. Toda la uva que meto en bodega es ecológica y expresa esa frescura, esa acidez, esa fruta tan propia del valle». Y aquel folio que hace quince años estaba en blanco continúa escribiéndose con compromiso y esfuerzo por parte de Clemente y su familia.
Ballestería 33 2021
Garnacha ecológica