La imprevisibilidad del viñedo viejo

La finca Las Naves está en Elvillar de Álava, apenas tiene una hectárea y para evitar la erosión está plantada siguiendo las líneas de nivel: «Sabes que es antigua con solo asomarte a ella», explica el enólogo de Ysios, Roberto Vicente, que en una otoñada plástica y multicolor como pocas, destaca las diferentes variedades plantadas y la inteligencia con la que los antiguos viticultores las dispusieron al finales del siglo XIX: «La parte más expuesta tiene garnacha; las plantaron ahí para evitar las roturas por el viento de las primeras semanas de junio, que en esta zona es muy bravo. También sabían que las diferentes variedades aportaban complejidad al vino; tenemos mucho que aprender de la viticultura de nuestros antepasados porque tenían un conocimiento directo de la tierra y del clima. Comprender eso es esencial para elaborar vinos de viñedos viejos, cada añada es única, diferente e imprevisible», sostiene. Por eso Roberto se siente muy honrado de ser un intérprete de esta viña: «La parcela es inaudita, las variedades que tiene son tempranillo con otras tintas como garnacha y graciano y blancas como viura y calagraño. No hay ninguna viña igual porque la mezcla de aquí es única. Por eso no persigo en ningún caso crear un estilo de vino, el verdadero reto es interpretar cada año lo que te ofrecen estas uvas. La magia es su complejidad. Sé que hay diferentes variedades y que tienen ritmos de maduración diferentes, la garnacha, el tempranillo... Pero, para mí, el momento llega cuando la parcela en su conjunto muestra su madurez y justo ahí vendimiamos todo a la vez. Sé que canónicamente no es lo más correcto, pero lo que busco es una expresión genuina de una parcela única. Es lo que hacían las personas que la plantaron y creo que es el mejor homenaje que les podemos rendir».

«Labramos con animales, no hay herbicidas ni productos químicos»