Entrevista: Vicente Cebrián

«Hay que hacer un esfuerzo para facilitar la llegada de visitantes a La Rioja»

Corresponsable de la puesta al día de un proyecto clásico de Rioja, el presidente de Marqués de Murrieta abandera hoy una ambiciosa iniciativa enológica y turística

José Antonio del Río Justo Rodríguez Andrea Aragón

Fue el bodeguero más joven al frente de una de las bodegas más veteranas de Rioja forzado por un golpe de la vida de los que dejan huella. Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga Suárez-Llanos (Madrid, 1970) dirige desde hace 23 años, junto a su hermana Cristina, la bodega Marqués de Murrieta, a la que llegó con el lampedusiano compromiso de «cambiarlo todo para que todo siga igual». Y, en efecto, Murrieta sigue siendo una primus inter pares de las bodegas de Rioja después de un largo proceso de saneamiento financiero y de puesta al día de un proyecto enológico que, no obstante, mantiene en lo más alto todo su clasicismo.

¿Se siente un peso especial al estar al frente de una bodega tan histórica como Marqués de Murrieta?

Cuando asumí la continuidad tras la desaparición de mi padre, el peso fue terrorífico. Y lo sigo llevando hoy. Es el peso de la responsabilidad absoluta. Quizá ahora lo noto de manera distinta que hace 23 años, pero mantener el nivel cualitativo y de imagen, representar a Rioja en 102 países es una responsabilidad que me exige trabajar con el máximo nivel de seriedad, de honradez y de constancia.

Su padre falleció siendo usted muy joven, pero parece que él tenía muy claro que le quería en la bodega.

Mi padre me pasó en vida esta responsabilidad en un proceso de educación que me trasladaron mi padre y mi madre: ser siempre responsable y serio ante los proyectos que la vida me pusiera por delante.

Con 170 años de historia ya al alcance de la mano, cabe recordar ahora algunos momentos de inflexión que marcaron el presente y futuro de Murrieta. ¿Me equivoco si digo que el primero fue cuando su padre se hizo con la bodega y otro cuando usted quedó al frente de la misma?.

En una historia tan dilatada como la de esta casa, casi 170 años, no podría hablar sólo de dos momentos. Son muchos momentos, muchos de esplendor y otros más complicados. Mi padre llegó en un momento complicado de esta casa, cuando la familia fundadora decide vender porque no estaba aportando todo lo que había que aportarle. Y aparece la figura del padre y la segunda familia que se relaciona con esta bodega. Es un momento importantísimo. Y otro es mi llegada. Que una bodega de esta envergadura pase a manos de una persona de 25 años llama mucho la atención y en ese momento pudo ser hasta alarmante.

¿Lo sintió usted?

Hubo gente que lo consideró, sí. Se pudo dudar de mi capacidad por mi juventud, y aunque hablo en singular no debería hacerlo porque conmigo siempre estuvo, y estará, alguien clave en mi vida, mi hermana Cristina.

La importancia de las familias en Murrieta...

Claro. Tengo tres hermanas más pequeñas, Cristina, Silvia y Alexia. Y esto es una empresa familiar. Cristina y yo hemos ido de la mano siempre, incluso nacimos el mismo año, y hasta en los estudios.

¿Cómo recuerda la desaparición de su padre?

Fue un momento muy duro y determinante en la historia de Murrieta. El momento en que desaparece el capitán, la persona que nos guiaba y a la que seguíamos y por el que ahora nos dejamos la piel para alcanzar las metas que nos vamos marcando.

¿Ha alcanzado esas metas?

Las vamos alcanzando. Y cuando alcanzamos una, nos proponemos rápidamente otra. No sé cuántas hemos ido cumpliendo y no nos hemos relajado. Es el secreto de todo el equipo que trabaja con nosotros. Todo es el fruto del trabajo de un equipo, un equipo que siempre me ‘reprocha’ que nunca llego a saborear el éxito y que siempre estoy pensando en lo que falta por hacer y no en lo que se ha hecho.

En un momento, aún con una juventud casi insolente, apostó por un equipo muy joven. ¿Arriesgó o fue una decisión premeditada?

Cuando llego, en junio del 96, yo no estaba preparado para nada. Recibo un golpe de la vida del que me tengo que rehacer en lo personal y lo profesional. Pasó un periodo largo para reforzarme e ir poniendo las bases de lo que iba a ser el nuevo proyecto de Marqués de Murrieta, que se inicia en el año 99. Aunque no sé si es acertado decir ‘nuevo’, porque tengo un lema siempre presente en todo lo que hemos hecho: «Cambiarlo todo para que todo siga igual». Lo llevo a rajatabla. Lo que hoy se está respirando en Marqués de Murrieta es el respeto absoluto por una identidad y unas raíces, aunque sea, sí, una identidad adaptada a los nuevos tiempos.

Respeto absoluto a lo clásico con un equipo muy joven, le decía. ¿Tenía claro que quería apostar por un Rioja tremendamente clásico?

Solo tenía claro que me iba a dejar la piel en este proyecto y que tenía que honrar la figura de mi padre. Aposté por un equipo muy joven porque el nivel de interlocución iba a ser más fluido. Aunque quede claro que ya había un equipo maravilloso de gente que llevaba 40 años vinculada a este proyecto y nunca quise hacer un final abrupto ni una ruptura irrespetuosa. Se apostó por un equipo de gente muy joven, inexperta –el primero yo–, pero con unas ganas de hacer las cosas bien, con honradez y con muchísima seriedad. Además, todo proyecto, más en el mundo del vino, debe estar planteado al largo plazo y qué mejor que afrontarlo con un equipo joven.

Es ahí donde aparece la figura fundamental de María Vargas en su historia.

Vital para la historia de Marqués de Murrieta y para el equilibrio en la continuidad mía y de mi familia. Apostamos por María Vargas, en aquel momento ayudante de laboratorio... ¿Que si fue arriesgado? Pues posiblemente. Si yo si no hubiera tenido esa edad con esa dosis de locura, a lo mejor no habría hecho lo que hice. Pero lo hice y después de veintitantos años no han ido del todo mal. Hace veintitantos años nadie apostaba por nosotros ni por el futuro de esta bodega o la reactivación de sus vinos. Pero ese proyecto es hoy una realidad.

Cuando en Rioja casi todo el mundo se reorientaba al vino de autor, alejado del clasicismo, ustedes apenas movieron ficha; acaso tímidamente pusieron Dalmau en el mercado. ¿Les costó aquella postura de resistencia?

Teníamos Marqués de Murrieta, Castillo de Ygay y nuestros blancos. Nuestro ímpetu de juventud pudo habernos llevado a hacer una transformación rápida, pero la hicimos muy lentamente. Diez o doce años hasta que adaptamos el proyecto clásico. A la vez, como concesión a esa juventud y a las ganas de mandar el mensaje de que en Murrieta estaban sucediendo cosas con un equipo joven, pusimos en marcha el proyecto Dalmau. Tímidamente, sí, porque no significó nada más que un toque de atención. Porque éste no era nuestro argumento fundamental.

«En Murrieta he tenido siempre un lema: «Cambiarlo todo para que todo siga igual»

Vídeo de la entrevista

¿Deciden también prescindir de todo un clásico como ‘El Dorado de Murrieta’?

El Dorado fue la esencia de los blancos de Murrieta. En esta región, entonces casi exclusivamente de tintos, nosotros hemos apostado desde el inicio por el blanco. Suprimimos El Dorado porque en la actualización de nuestros blancos entendí que el adjetivo ‘dorado’ no podía unirlo al concepto de Murrieta. Al rebajarle los tiempos de barrica, al aportarle a estos vinos otro tipo de madera, ese color dorado desaparecía y ya no tenía sentido, provocaba una desconexión, un desequilibrio entre una etiqueta y un vino. Fue el único el único vino que transformó en su totalidad.

¿Con tentación de recuperarlo?

Tantas ganas tuvimos que hace tres años presentamos el Castillo de Ygay blanco del 86, eje absoluto de la historia de blancos de esta casa con el que nos convertimos en el vino blanco seco que recibía los 100 puntos Parker. Esa nota calificaba una trayectoria, una bodega y algo que recibí con orgullo como es el apoyo a los blancos y a la viura de Rioja que nosotros tanto hemos defendido por sus bondades y posibilidades.

¿Sigue apostando por la viura?

Sí. Hubo una evolución, Capellanía, en el que trabajábamos los plazos de crianza en barrica, equilibramos el concepto de fruta con la madera y desaparecía el color ‘dorado’. Pero lo hacíamos a la vez que manteníamos la señas de identidad más profundas en el Castillo de Ygay blanco.

Vuelve al ‘cambiar todo para que nada cambie...’

Así lo entendemos. El 98 por ciento de esta casa son esos vinos clásicos y actuales a la vez, clásicos puestos al día.

Marqués de Murrieta ha sido una pionera de Rioja que ahora parece ajena a los vaivenes de la DOC. ¿Son ustedes un verso suelto?

En los casi 25 años que, al lado de mi hermana Cristina, llevo al frente de Murrieta siempre he querido ser fiel a lo que se estaba haciendo y mi obsesión ha sido hacer las cosas bien. Indudablemente, estamos dentro de Rioja, que creo que está en un momento francamente bueno. Ha habido cambios de conceptos en el Consejo que yo aplaudo. Pero insisto, yo sigo llevando mi ritmo. Se han abierto otras puertas pero yo no voy a pasar por ellas porque estoy feliz donde estoy. ¿Quiere decir que estoy en contra? No, y entiendo que el Consejo Regulador tiene que estar en continua evolución.

En definitiva, ¿mantiene una buena relación con el Consejo?

Maravillosa, no entiendo porque debería ser mala.

¿Qué opinión le merece la polémica secesionista desde una parte de Rioja Alavesa?

La veo con la incertidumbre de conocer si detrás de este movimiento hay interés por la mejora de la DOC o si hay intereses ajenos al mundo del vino. Si es la segunda opción, no lo aplaudo. Me gustaría más que hubiera otros movimientos en beneficio del conjunto, porque no creo que para evolucionar haya que romper. El nombre y la imagen de Rioja es muy grande a nivel internacional y debemos cuidarlos entre todos. Hoy Rioja es apasionante porque conviven proyectos tremendamente clásicos que continúan con esa filosofía con otros clásicos que se han adaptado y otros proyectos modernísimos. Es esa convivencia la que hace que Rioja sea cada vez más grande. ¿Que hay que evolucionar? De acuerdo. ¿Que hay que romper?, en absoluto. Es el momento del «entre todos».

¿Entra en los planes de Murrieta entrar en la nueva categorización de los vinos?

Murrieta entró ahí en 1852. En nuestra etiqueta pone muy claro Finca Ygay. Ygay es para nosotros un viñedo singular y en el mundo entero se le ve como tal. ¿Necesitamos poner el apellido de’ viñedo singular’? En principio hemos entendido que no, porque ya llevamos años protegiendo e invirtiendo en comunicar que somos un viñedo singular.

«El 98% de esta casa son los vinos clásicos y actuales a la vez, clásicos puestos al día»

¿Aspira usted a que los vinos de Murrieta sean identificados como el Rioja ‘de lujo’?

Yo sé dónde he querido posicionarme con todas nuestras marcas: en la banda alta a nivel cualitativo. Y cuando te exiges a nivel cualitativo, hay unos costes que nos sitúan en unos precios altos. ¿Es Murrieta lujo? Para mí es un lujo a nivel cualitativo. Si hablamos de lujo económico, entiendo que en algunos vinos como el Marqués de Murrieta Reserva es un lujo asequible. Tomar hoy el Reserva que acabamos de presentar al mercado, el 2015, en un restaurante estará en una banda entre 26 y 35 euros. Un lujo asequible. Hay otros vinos que se disparan un poco más... Pero, insisto, para el trabajo que hay detrás, para viñedos de 80 años, para el esfuerzo físico y de inversión de tiempo en barrica y en botella para ponerlo en el mercado después de once años en de la bodega, creo que también se puede calificar como lujo asequible. Y sumaría un aspecto más: a mí siempre me ha gustado trabajar para alcanzar un factor único, exclusivo que te permita tener un espacio más definido en el mercado por ser algo único y no sé si mejor, pero sí diferente.

¿Es esa exclusividad la que ha derivado en su vocación de internacionalidad?

Hay varios factores que influyen en que hoy estemos en un 70% de venta fuera de España y tocando el 80% si hablamos del Castillo Ygay. Factores como invertir continuamente en la marca o ser permanentes viajeros desde 1851, un año de antes de existir la bodega como tal. Yo mismo empecé a viajar con 17 años y hasta ahora mismo lo hago entre 100 y 200 días anuales. Conmigo trabaja un equipo dedicado a la exportación. Hemos hecho un esfuerzo titánico por posicionar Marqués de Murrieta, a Ygay... en todos los mercados. Queremos estar en el grupo de cabeza de los vinos más importantes de Francia, de Italia... de los más de cien países adonde llegamos y donde nos conceptúan como algo especial.

Murrieta ha abanderado una de las apuestas enoturísticas más potentes y sólidas de Rioja ¿Cuándo se da cuenta de que el futuro pasa por ahí?

Cuando llegué a este proyecto, vi que en Rioja era evidente la clausura total de las bodegas al público. Mi formación viene del exterior. En Estados Unidos, en Napa, quedé impactado por cómo se trasladaba la filosofía de cada bodega en la visita del cliente. Yo quería hacer un gran proyecto aquí porque siento que una marca no solo es vino dentro de una botella. Tiene que ser un sumatorio de todo, y ahí entra también la bodega. Una bodega casi de 1850 que había que arreglar y preparar. Así, se inició en el año 2002 un proyecto muy ambicioso que pasaba por la reconstrucción del castillo desde el máximo respeto, buscando que fuera único y que estuviera dotado de espacios vitales para el enoturismo como salas de cata o comedores y cocinas... Y pusimos en marcha también un proyecto de museo que el año pasado nos fue certificado. Un museo que es nuestra historia que estaba almacenada y dejada de la mano de Dios. Esto requirió una inversión muy importante, pero lo importante era convertir el castillo en el eje social, en el eje de imagen. Ya no sólo se viene a ver una bodega o a probar un vino sino que, además, hay un museo.

«El futuro inmediato pasa por los 50.000 metros de la nueva zona de elaboración y crianza»

¿Le exigió esta intervención alterar los espacios de elaboración del vino, la bodega propiamente dicha?

Sí. El año que viene terminaremos la nueva zona productiva. La bodega vieja se traslada a la nueva y nos libera un espacio muy importante que destinaremos a enoturismo.

¿Cuál está siendo la respuesta del público? ¿Se les tacha de ser un proyecto caro para el visitante?

La respuesta está siendo muy positiva. Es cierto que mejor la del visitante internacional. Y, sí, es un proyecto ambicioso en nuestra exigencia económicas al visitante. Para visitarlo se pasa desde los 60/70 euros hasta la experiencia de 500 euros por persona. Al principio es un shock. Pero lo primero que hicimos fue equilibrar lo que pedíamos con lo que ofrecíamos. No fue fácil. Pasar de visitas prácticamente sin cobrar o de visitas por 5 euros a cobrar 70 mínimo solo se hace equilibrando oferta y demanda. Pero ahora ya estamos en un número de visitas importantísimo, con unas premisas claras desde el punto de vista cualitativo: no hacemos más que un número restringido de visitas al día con un máximo de personas para mantener el equilibrio de este proyecto. Este año se ha podido quedar sin poder atender un 40 o 45 por ciento de demanda.

¿Entiende usted, deduzco, que en La Rioja se dan las condiciones para explotar proyectos enoturísticos de esta magnitud? ¿Qué fortalezas y qué carencias encuentra?

Fortalezas, todas. Un paisaje único. Una oferta de producto único. Unas dimensiones que hacen que hacen que todo sea más especial. Un alma única... Hay muchísimo terreno ganado. El turismo busca, cada día más, los territorios interiores rurales, busca la calidad. Y Rioja tiene casi todo lo que tiene que tener. Además de tener una serie de bodegas que lo están haciendo maravillosamente bien, hay proyectos hoteleros, de hostelería, de restauración, grandes museos. Hay un activo brutal, como un diamante en bruto que le queda por pulir.

–¿Dónde puliría usted?

Hay que acercar Rioja a todo el mundo. Físicamente. Hay que hacer fácil llegar hasta aquí. Viajar de Madrid aquí no es fácil. En coche, una aventura. Que haya unas infraestructuras estupendas, que haya habido un esfuerzo económico tan importante como el aeropuerto y la estación de tren para que al final no llegue ni un tren ni un avión... hay que estudiarlo. El esfuerzo se tiene que hacer para facilitar la llegada de gente hasta aquí. Por qué no traer aviones por la mañana y que se vayan por la noche o al día siguiente. Que se venda el viaje con el hotel, la cena, la bodega, una cata, una comida... Es fundamental. Ofrecemos cantidad de cosas únicas, como puede ser el barrio de la Estación de Haro, para tenerlo facilísimo en el momento en el que tengamos nexos de unión con el resto del mundo. Rioja puede ser uno de los ejes principales del turismo de este país. España es un receptor de un turismo enorme en lo cuantitativo pero también en lo cualitativo. Y es aquí, en lo cualitativo, donde Rioja tiene que poner la atención.

Dice ‘nexos de unión’ con el mundo...

Es que hay que traer a la gente. A Champagne han llevado el TGV, que te pone en una hora en París. Y va lleno cada fin de semana. En Borgoña, exactamente igual. Y tenemos un diamante aquí, una joya que se anuncia con un eslogan maravilloso pero la gente dice: ¿y cómo voy? A la bodega estamos trayendo continuamente gente y nos cuesta, de verdad que nos cuesta. Las buenas comunicaciones nos ayudarían a avanzar en un montón de proyectos, no solo de vinos. Tenemos que obsesionarnos con esto. Es la necesidad más importante de Rioja.

¿Cuál es el futuro de Murrieta?

A corto plazo, la apertura de una infraestructura, en la que llevamos seis años realizando una inversión muy importante, donde se elaborarán todos los vinos de esta casa. Son casi 50 mil metros cuadrados dedicados a la elaboración y crianza. Conjuntamente con eso, abordamos un ambicioso plan urbanístico de jardines y zonas verdes que sumará al proyecto de enoturismo. Seguidamente afrontaremos la transformación de la bodega vieja en zona de enoturismo, en la que no descartamos ubicar habitaciones, un concepto de hotel mínimo de alto nivel equilibrado con este proyecto. Lo tenemos en estudio porque es algo que demanda el visitante.

La última: ¿tiene precio Marqués de Murrieta?

(Silencio). Sería poner precio a mi vida. ¿Que somos una bodega deseada? Sí, no lo voy a negar. Pero sí cuando nos quedamos solos y podíamos haber tenido esa tentación no lo hicimos, ahora que estamos en una posición totalmente distinta, pues menos ganas tengo. Hoy estoy feliz aquí, me ha dejado mi vida aquí y mi vida la veo unida a esto porque no veo otra cosa que no sea esto apreciar todo lo bueno que tiene.

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