En contadas ocasiones se convoca una cata de tan incierto final. En este caso, por la uva protagonista, la amplitud geográfica de su origen y por la ¿excéntrica? diversidad de las técnicas elegidas en cada elaboración sometida al escrutinio. Técnicas sorprendentes, inusuales en Rioja, recuperadas unas de manuales añejos, surgidas otras de la inspiración. O simplemente nacidas del antojo provocador de esa nueva hornada de elaboradores que han hallado esta vez en la barrica, vieja o nueva, el cristal, el hormigón o la cerámica su grial para ahormar el vino de una variedad denostada como pocas, maltratada como ninguna, vejada y casi condenada en Rioja a la extinción: la garnacha.
La teorÃa del manual del buen vitivinicultor quedó hecha añicos en el primer buche de los catorce comprometidos. Y casi en cada uno de los trece siguientes se fueron pulverizando los tópicos que en los 70 la sentaron peor que la filoxera a esta garnacha que ahora pugna por emular al ave Fénix y repuntar, recuperar el honor perdido en favor del tempranillo en la batalla de la productividad. Y por hacerse respetar. Más allá de la moda, la garnacha se desnudó en esta cata se ensueño con don y duende, mágica, diversa, compleja, diferente, con personalidad... Magia, en suma, en cada copa.