Magia en la copa

José Antonio del Río

En contadas ocasiones se convoca una cata de tan incierto final. En este caso, por la uva protagonista, la amplitud geográfica de su origen y por la ¿excéntrica? diversidad de las técnicas elegidas en cada elaboración sometida al escrutinio. Técnicas sorprendentes, inusuales en Rioja, recuperadas unas de manuales añejos, surgidas otras de la inspiración. O simplemente nacidas del antojo provocador de esa nueva hornada de elaboradores que han hallado esta vez en la barrica, vieja o nueva, el cristal, el hormigón o la cerámica su grial para ahormar el vino de una variedad denostada como pocas, maltratada como ninguna, vejada y casi condenada en Rioja a la extinción: la garnacha.

La teoría del manual del buen vitivinicultor quedó hecha añicos en el primer buche de los catorce comprometidos. Y casi en cada uno de los trece siguientes se fueron pulverizando los tópicos que en los 70 la sentaron peor que la filoxera a esta garnacha que ahora pugna por emular al ave Fénix y repuntar, recuperar el honor perdido en favor del tempranillo en la batalla de la productividad. Y por hacerse respetar. Más allá de la moda, la garnacha se desnudó en esta cata se ensueño con don y duende, mágica, diversa, compleja, diferente, con personalidad... Magia, en suma, en cada copa.

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