En poco más de tres décadas, Miguel Ángel de Gregorio ha elevado a categoría la anécdota del vino de autor. Capaz de trasladar a una botella la serenidad o la intensidad de un terruño, lo es también de ahormar la visceralidad de la que no reniega para analizar lo que ha pasado en este tiempo. Lo que está pasando, apunta.
«Muchas veces se ha interpretado que hubo un movimiento y no. No hubo ningún tipo de conexión. Fuimos gente que empezamos a hacer cosas a título individual. Yo era el más joven y casi el primero que empezó a revolver el cotarro», recuerda.
¿Cuál fue el motivo?
Bueno, yo no sabía lo que quería hacer pero sí lo que no quería hacer. Y aquello se convirtió en una revolución que no ha acabado. Aunque tampoco inventamos gran cosa. Esta tierra es fruto de su historia como suministrador de materia prima para que se embotelle en Burdeos. Rioja se desarrolla porque los bordedeleses necesitan uva. Eso hace que el proceso industrial sea el que prime. Y esa es la gran herencia, muy buena por cierto, que nos dejan: un proceso industrial de crianza, reserva y gran reserva, donde el proceso vitícola es secundario frente a los tiempos y modos de crianza.
¿Ustedes se plantean cambiar ese orden establecido?
Lo que hicimos fue darnos cuenta de que en otros sitios se hacían las cosas de otra forma. Y que a nosotros nos gustaban esos vinos. Eso dio lugar a un modelo basado más en la viticultura que en los procesos de bodega. Y, en mi caso, dio lugar al radicalismo de prescindir del sistema, del crianza, reserva..., que me sigue pareciendo muy bueno pero que no era el mío.
¿Funcionó el intento?
Quizás hizo que hasta las bodegas centenarias del Barrio de la Estación empezaran a prestar más atención al viñedo y a convertirse en ‘terroiristas’ del coupage, del ensamblaje. De lo que nos enseñaron los franceses: mezclar vinos de distintas procedencias. En realidad, no sabíamos lo que hacíamos, lo que seguimos haciendo. Y en mi caso la revolución sigue abierta.
Pero toda revolución necesita un final...
Pues yo sigo enredando e intentando seguir los modelos que me gustan y que a veces colisionan con una Denominación tan grande como esta. Han cambiado tanto las cosas que ahora, por decir lo mismo por lo que hace 30 años me llamaban heterodoxo, me dicen que soy un integrista. Pero yo digo lo mismo y hago lo mismo. Quizás ha cambiado la visión de la homogeneidad que se ha querido imponer la DOC para intentar regular el sector.
Todo este proceso tuvo sin embargo para usted un componente de riesgo personal y profesional siendo tan joven como era...
Llevo muy mal que me manden. No me quedó más remedio que hacerme mi propio jefe. Cuando tienes un jefe que llega de fuera del sector para el que el mundo del vino es una inversión económica, es muy difícil explicarle que a veces hay que hacer sacrificios para conseguir el vino mágico que buscas. Y eso, pues sí, supuso y ha supuesto un coste personal. Pero tengo una familia que me ha apoyado y me ha seguido. Empecé como garajista en una bodega alquilada. El modelo eran los clásicos, porque sigo adorando los grandes históricos de esta tierra. Y mi obsesión era retornar a los modelos de viticultura de los años 40 y 50, aunque no tenemos aquella masa de viñedo mágico. Hemos destrozado mucho viñedo en 30 años, un fenómeno determinante.
¿Influye en la voluntad de cambio que usted y sus colegas son agrónomos, son enólogos...?
Seguramente los agrónomos seamos la peor plaga del campo. Nos formaban y nos enseñaban para producir cuanto más, mejor. Era la teoría de la producción de alimentos. Pero el vino no es un alimento como tal. El vino es magia, es hedonismo, es placer. Su misión fundamental es alimentar el espíritu. En los 70, el proceso industrial era brutal. Daba más dinero una hectárea de cereal que una de viña porque la uva se pagaba barata. Lo importante era el proceso industrial en la bodega. Era lo que generaba el valor añadido. La uva daba igual. El caso es que tuviera grado. Y este era otro problema. A los enólogos nos enseñaban a fermentar mostos. A convertir la glucosa en alcohol. No nos enseñaban a fermentar uva, que es lo que hemos tenido que aprender y lo que seguimos intentando aprender. Fermentar la uva con con sus proteínas, con sus polifenoles, con sus aminoácidos. Luego hubo otro doble fenómeno muy importante que fue la aparición de las cooperativas y que el agricultor empezase a vender la uva. El agricultor entendía que lo importante era llegar sin uva podrida y con grado, descargarla en la tolva y a partir de ahí, cesaba su responsabilidad en el proceso. Antes de eso, el agricultor no vendía uva, vendía la cántara de vino y el bodeguero compraba el vino ya hecho, con lo cual el agricultor tenía que esmerarse en la producción. Y lo iba a vender más caro si era mejor. Cuando en los 60 se generaliza el proceso cooperativo, la responsabilidad se diluye
¿Cree que han conseguido revertir ese proceso?
El gran problema es que nuestra pequeña aportación, la revolución que siguieron hasta las grandes bodegas –porque hoy se presta atención al viñedo como nunca–, no se ha visto apoyada desde las administraciones. El destrozo vitícola ha continuado. Las políticas de los últimos 20 años, las políticas de Íñigo Nagore al frente de la Agricultura riojana tardarán generaciones en recuperarse.
Esa política, ¿no era la misma a la que invitaba la PAC?
Sí, sí. Evidentemente. Pero ha habido zonas que han sabido modular eso y aquí se ha seguido una política completamente errónea.
«Da más dinero la uva de baja calidad que mimar viñas de bajas producciones»
Porque se ha perdido una oportunidad histórica. Mire, ahora está habiendo una eclosión de chicos jóvenes que están retomando lo que nosotros hicimos e incluso mejorándolo. Y en la parte riojana son muchos menos que la parte alavesa. Porque se perdió la oportunidad de apoyo al viticultor, a las producciones pequeñas, a los vinos singulares como tal, no como viñedos singulares, esa figura tan reciente. Están, sobre todo, en Álava porque allí se ha protegido más el viñedo viejo y se les ha apoyado más. Mientras que aquí se han fomentado la llegada de grandes compañías que comercializan muchas botellas y una viticultura que produzca muchos kilos como gasolina para esas grandes producciones.
¿No se trataría de buscar el equilibrio entre las grandes producciones y las producciones pequeñas? De 1.500 botellas al año no se vive...
Sí, pero hablo de más, de chicos que ya producen 60.000 botellas, mantienen su explotación y lo están haciendo muy bien. El equilibrio es imprescindible. Esto está montado como está montado. Somos 65.000 hectáreas de viñedo y el problema es que da más dinero producir uva de baja calidad que mimar viñas de bajas producciones.
¿Es entonces un problema de costes y de precios de venta? ¿No falta en Rioja osadía para marcar precios en el rango medio alto del lineal?
Es complicado. Mire, este año, sin poderse coger uva por encima de los rendimientos generales, el viticultor, como se lo van a pagar igual, ha recogido con vendimiadora las viñas jóvenes y se han quedado sin vendimiar las más antiguas y de mejor calidad. Si se fija, todos los grandes vinos proceden de viñedos propios. Porque para elaborarlos no podemos conseguir esa uva porque el viticultor no la produce. Y no la produce porque le hemos malacostumbrado. No se la ha remunerado ni económica ni culturalmente tampoco. No ha habido un reconocimiento a ese viticultor, salvo al que ha acabado produciendo su propio vino y defendiéndolo embotellado. Ese es el fenómeno que durante estos últimos 20 años no se ha potenciado. Incluso se han vetado los fondos de la OCM al pequeño productor para dárselo a grandes compañías que en la mayor parte de las ocasiones no tienen ni su razón social en La Rioja.
¿Tenemos en nuestro debe colectivo ese reconocimiento social al viticultor que ha sabido mantener la esencia y el espíritu de la región, de su paisaje, de su medio rural?
Eso por supuesto. No ha habido reconocimiento ni económico y social. Cuando compramos aquí (en Briones) la primera mula nos miraron como si estuviéramos locos, porque hacía 15 años que había desaparecido la última. Se han fomentado tanto las grandes superficies de plantación que ahora tenemos potencia de tractores en La Rioja para labrar todo el hemisferio norte. Es de locos, como el uso de masivo de herbicidas.
Lo pinta usted fatal...
No, no. No quiero parecer catastrofista. Creo que esta sigue siendo una de las cinco mejores regiones vitícolas del mundo. Tenemos un clima y una tierra, a pesar del cambio climático, privilegiados. Tenemos una variedad de terruños que, excepto Borgoña y Champagne, no tiene nadie más. Y encima me hace ser tremendamente optimista toda esta gente joven a la que que estoy viendo hacer grandes vinos. Y porque las grandes casas históricas se han puesto las pilas, nos han copiado y han venido a ver qué hacíamos para intentar mejorar. Esa ha sido la realidad y eso es grande en esta tierra. Lo triste es que, a veces, las administraciones no nos han acompañado en el viaje.
¿Da la impresión de que se ha sentido huérfano de colaboración pública?
Sí, bueno, vamos a ver. Ahora han cambiado un poco las cosas, pero el período Nagore fue negro. Desde la Administración regional no se entendió lo que se estaba haciendo aquí. Al Consejo Regulador siempre le he notado intentos de hacer las cosas mejor, con sus luces y sus sombras. Y aunque no esté de acuerdo a veces, me pongo en su lugar. Es necesario regular un sector de 65.000 hectáreas 400 y pico millones de kilos de uva. Y el Consejo tampoco tiene capacidad ni potestad para regular precios ni para establecer calidades. Pero se han hecho cambios. Durante años se persiguió todo lo que sonara a terruño por esa obsesión que había en el proceso industrial de crianza, mas un buen día se produjo la caída del caballo y aparecieron todas estas segmentaciones que me parecen importantes, sobre todo la diferenciación por zonas y los vinos de municipio. Fundamentales porque entroncan con nuestra raíz. Ahora, como terruñista pienso que no se puede imponer la figura de los vinos singulares de viñedo o los viñedos singulares porque ha servido para masificar, para que todo el mundo quiera tener un viñedo singular como arma comercial. Y esa no es la filosofía. El que un viñedo sea mágico o no, sea exclusivo o no, y alcance grandes precios en el mercado lo regula el propio mercado, no un marchamo que ponga un Consejo Regulador. Ahí ha estado el error, aunque posiblemente era muy difícil armonizar una figura para todo el mundo.
¿Pero no es el propio sector, desde el Consejo, el que se ha dado esa norma?
La representación sectorial en el Consejo es por litros, no es social; es pura y dura economía. Ese es un problema, pero el Consejo no dejamos de ser nosotros, los productores, viticultores, bodegueros... Esto es una interprofesional y quien más votos tiene, más gobierna y más defiende los intereses que le interesan. Aquí, entre diez compañías comercializan más del 80 por ciento del vino. A mí no me parece ni incluso mal. No me preocupan esas compañías que tienen sus viñedos, sus inversiones, sus políticas comerciales. Los que me preocupan realmente son los operadores, los que que no son de aquí, los que embotellan a maquila, líneas blancas, líneas de la distribución, porque eso hace que nos convirtamos en productores de materia prima. Antiguamente lo éramos para los negociantes franceses que embotellaban como Burdeos y ahora lo somos para las grandes cadenas de supermercados de media Europa.
No caigamos en la depresión para acabar...
No, no, no.. Yo sigo siendo muy optimista.
¿Y cuál es esa visión optimista?
Cuando pasemos la pandemia, esta tierra va a estallar de nuevo. Creo que hay una nueva revolución en ciernes, posiblemente va a haber un desarrollo ‘en K’: va a haber productores que van a ir hacia arriba haciendo magia, maravillas y buscando cada vez más valor añadido y otros productores que van a seguir anclados en el volumen. Pero tantos más productores y tantos más pequeños y medianos productores haya haciendo vinos dignos, vinos que enamoren, algún día podremos hablar de Rioja no ya sólo como ahora, como una región conocida, sino como verdaderamente una región prestigiosa. Pero para eso, y me vas a permitir que recuerde lo que dijo no un enólogo ni un bodeguero, sino un periodista, Feliciano Fidalgo... tendremos que aprender a mimar la viña como a una amante y no a explotarla como una prostituta. Ese el el camino y ahora veo una generación de tíos jóvenes con unas ganas tremendas.
¿Si le pillara a usted ahora con 25 años...
No, no, perdone. No necesito tener 25 años. Lo que necesito son 25 años más.