OJUEL WINES. SOJUELA

Los viñedos del abuelo

Hay vinos que delatan el carácter de sus creadores, en los que se siente la viña y la tierra. Los vinos de Miguel Martínez son así: francos, honestos, de pueblo

Mis vinos son sencillos y mi trabajo muy de campo. Las viñas las tengo de familia porque la generación de mi padre es la que se bajó a Logroño», explica el viticultor Miguel Martínez (Ojuel Wines, Sojuela). «Yo estaba en una a la que le tocaba estudiar. Era una generación bisagra, pero igual eso es lo que me ha hecho volver. La idea es hacer vinos lo más naturales posible, de los que te echas un trago y dices convencido, ¡esto es vino de pueblo!».

Toma la pipeta Miguel y con el primer vino empezamos a hablar: «Elaboro quince vinos de quince parcelas diferentes divididos en dos familias: jóvenes, que los hago sin sulfitos, donde entran por ejemplo una garnacha a 500 metros y otra a 800, muy bonito de catar para compararlas, una maturana e incluso un maceración carbónica; y, luego, otra línea criados en barrica». Viñas como Carrasojuela, Cerrosojón o La Plana. Y en cada etiqueta una mariposa de la zona de Moncalvillo exigiendo respeto por el entorno.

OJUEL CERROSOJÓN

Precio 18 euros

Ensamblaje de maturana tinta y garnacha de un viñedo singular en una zona límite.
OJUEL CERROSOJÓN

«Acabo de comprar una viña en marco real porque soy un auténtico chatarrero;este tipo de viñas se van a perder porque son muy viejas y para la agricultura actual molestan. Pero a mí me encantan porque te hablan de una forma de cultivar que ya no existe».

Conocido por su célebre supurao –puntuado por Tim Atkin con 95 puntos–, la versatilidad de Miguel se demuestra al comprobar que elabora una docena larga de etiquetas. «La verdad es que trabajamos poco más de ocho hectáreas donde brego con tempranillo, garnacha, mazuelo y maturana en tintos, y viura, garnacha blanca y calagraño en blancas».

Miguel Martínez, viticultor de Sojuela.
Miguel Martínez, viticultor de Sojuela.

«Si pretendo algo, aparte de sobrevivir con la viña, es dar a conocer la zona de Moncalvillo, siempre la gran olvidada para todos, incluso para los vinos». Al despedirnos se confiesa. «El primer año andaba un poco perdido, hice tres barricas y cuando leía los protocolos de elaboración sentía vértigo: mide la densidad, el metabisulfito, las encimas de no sé qué… Al final decidí trabajar y trabajar en el campo y al llegar a bodega confiar en las uvas; de momento va bien la cosa».