«La labor formativa va en los genes de los directores»

Manuel Ruiz Hernández. Ex director de la Estación Enológica de Haro. Trabajador durante 44 años, defiende «el apostolado de la técnica»

Manuel Ruiz Hernández nació en Madrid hace 83 años, donde se formó como ingeniero técnico agrícola. Al aprobar la oposición de ingreso en el Cuerpo de Ingenieros Técnicos Agrícolas del Estado, su primer destino, como becario, fue la Estación Enológica de Villafranca del Penedès (Barcelona), donde se especializó en Enología. Solicitó el destino de la Estación Enológica de Haro, donde ejerció durante 44 años, de 1960 a 2004, y de la que fue director interino entre 1984 y 1985. Uno de sus trabajos de investigación más significativos fue la clasificación de las zonas de producción de viña en Rioja por el carácter geológico del suelo (arcillo-calcáreo, aluvial y arcillo-ferroso). Colaborador de Diario LA RIOJA, en 2006 fue distinguido por el Estado con la medalla de oro al Mérito en el Trabajo.

–¿Qué recuerdo tiene de su paso, sobre todo como director, por la Estación Enológica de Haro?

–Como director sólo estuve en torno a dos años, a principios de los 80, aunque he trabajado allí 44, desde 1960 al 2004. Este ha sido mi único destino oficial. El concepto que yo tenía de la Estación Enológica de Haro es que debía ser algo dinámico, de enseñanza y empuje hacia el sector y quise venir aquí para reafirmarme en lo que pensaba.

–¿Hay algún logro de la Enológica del que se sienta especialmente satisfecho?

–Realmente creo que puede ser la enseñanza, empujar al sector enseñando técnicas indiscriminadamente a agricultores e industriales para mejorar su condición y la situación de los vinos.

–Sin embargo, la Estación Enológica de Haro ha perdido esa labor formativa con la que nació. ¿Cree que nunca debía haber perdido esa labor?

–Creo que la labor formativa va en los genes de los directores y de las personas porque es una extensión de generosidad de dar y empujar. Y eso no lo tiene todo el mundo. Yo venía ya inculcado en eso y lo entendía así, hasta tal punto de que me ofrecieron en dos ocasiones la dirección de la Enológica de Olite y, también, cuando se creó, de la de Rueda, pero yo no concebía estar parado en un sitio de Castilla y León con un despacho adornado con unas banderas, sino que pretendía tener una constante dinámica por todas las comarcas y regiones para llegar al agricultor y propiciar ese empuje realizando lo que yo llamo «el apostolado de la técnica», sublevarles a ellos mismos contra la rutina y conducirles con mejores técnicas. Alguien dijo alguna vez que esto sirvió como catalizador para todos los enólogos de toda España. Ha sido, y en cierto modo lo concebí así, una labor desesperada, pero sí ha sido un catalizador que ha obligado a mucha gente a tomar el camino de la técnica. Eso es lo bueno, no lo que yo haya podido hacer sino a quienes haya podido ayudar a través de la técnica.

«Lo bueno no es lo que yo haya podido hacer sino a quienes haya podido ayudar»

–En sus orígenes, la Enológica también fue bodega institucional. ¿Qué opina de la pérdida, también, de esa función?

–Me parece mal. Yo llegué en 1960 y en 1964 se perdieron los cursos de capataces y bodegueros, por lo tanto, se perdió la enseñanza, que ya era malo, pero también se abandonaron los campos de experimentación. Yo contaba con tres viñas en Cenicero, La Zaballa y El Mazo y esa condición vitícola se perdió. La condición de hacer el vino con la uva de esas viñas también se perdió. Entonces tuve el propósito de reconstituir toda la experimentación y en apenas dos meses en las memorias de la Estación ya figuraban cuatro trabajos de este tipo porque, me parece, la enseñanza es transmitir ideas de libros y la experimentación es transmitir ideas que todavía no están en los libros, por lo tanto, es una idea de avance muy interesante.

–Ahora, la Enológica se dedica, sobre todo, al análisis, cuando hay muchas empresas que se dedican a lo mismo. ¿Qué diferenciación puede tener la labor de esta institución pública con las iniciativas privadas?

–La Enológica está muy bien equipada para realizar los análisis que requiere el sector para la exportación, y con rigor. También hay empresas, evidentemente. Lo que no hay es empresas que impartan enseñanza. Hubo antaño un servicio en el Ministerio de Agricultura que se llamaba extensión agraria que yo veía con cierta simpatía, sin haber pertenecido nunca a él, porque era llevar ideas de una cátedra elevada sino, realmente, inocular el entusiasmo por el estudio. He descubierto parajes y zonas en España donde el agricultor es extremadamente espabilado y con tres ideas técnicas apuntadas en una servilleta de papel en un bar, las ponen en marcha al día siguiente. Así, pasan del brabán a la aplicación de la técnica. Eso me ha ocurrido mucho, y en lugares donde me ha ocurrido de forma muy gratificante ha sido en Cordovín, Badarán, Arenzana... y también en Cigales y El Bierzo, mientras que en zonas donde ya está consolidado el poso de la calidad, como pueden ser Haro, Toro y las proximidades del Ebro y del Duero, ahí ya ha sido más difícil porque ya se creen que tienen un don del cielo y, sin hacer nada, parece que ya todo está logrado. Por eso lo interesante es tropezar con gente que desea mejorar, y se ha logrado mucho. Ha habido veces que, llegando por la noche a un pueblo, al dar unas cuantas normas ya les han servido para cambiar su condición para toda la vida.

–¿Cree que ahora mismo la Enológica podría mejorar su servicio de algún modo?

–No lo puedo decir porque, aunque creo que cada vez está mejor equipada, estoy ya en cierto modo al margen, aunque conserva amistades y buenas relaciones. Hay otra cosa muy interesante, porque a mí me tocó atender a los agricultores, a la gente humilde, y realmente yo estaba en mi salsa porque no estoy mal con nadie, ni con la gran bodega ni con los agricultores, pero ese era un terreno que no me iba a quitar nadie. ‘Mis agricultores’ no me los quitaba nadie de las consultas y eso fue muy gratificante para mí.