La cuna del Rioja

Desde la plaga de la filoxera hasta los servicios por Internet, la Estación Enológica de Haro ha impulsado el nacimiento y la evolución de Rioja con una labor siempre adaptada a los nuevos tiempos y las necesidades del sector

La historia del vino de Rioja no puede entenderse sin la Estación Enológica de Haro. Referente, impulsora, transformadora de una región y un sector que ha crecido de la mano de una institución que este año cumple su 125 aniversario. No faltan los reconocimientos, mirando al pasado, hacia esa historia de Rioja que ha transitado por oportunidades y problemáticas, por avances técnicos y humanos, por pequeños viticultores y grandes bodegueros, siempre de la mano de la Estación Enológica.

La Rioja comenzó a vivir a final del siglo XIX la plaga francesa filoxera como una gran momento que aprovechar. La crisis atrajo a la región a empresas y comisionados del país vecino dispuestos a invertir en los sanos terrenos riojanos. Sin embargo, la provincia no era entonces una potencia vinícola en el país y por ello sorprendió que un Real Decreto en el año 1888 optase por crear una de las cuatro Escuelas de Enología en Logroño. Este proyecto, que finalmente no llegó a ver la luz, fue el precedente a la fundación de las Estaciones Enológicas, y en esta ocasión, fue Haro la ciudad elegida para su instalación.

La localidad jarrera, inmersa en años de avances y bonanza económica, albergó una institución que arrancó en el año 1892 de forma modesta, pero que resultaría fundamental para el futuro de toda la región. El primer emplazamiento fue una casona en la calle del Portillo, pero pronto se observaron carencias y se comenzó la construcción de un nuevo y definitivo edificio adecuado a las necesidades de la Estación Enológica.

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Participantes en un curso de injertado de la Estación Enológica en los años 30.

En junio del año 1899, la filoxera, provechosa cuando afectaba a los franceses, empezó a contagiar a la entonces provincia de Logroño, detectándose su presencia en viñedos de Sajazarra. Los agricultores buscaban todo tipo de remedios, algunos inverosímiles, para intentar salvar unas viñas cuyo único destino era el arranque para evitar la expansión de la plaga. La Estación Enológica jugó en la crisis un destacado papel con un plan de contención poco popular entre los viticultores, pero que resultó ser la única salida y fue finalmente aceptado en los primeros años del nuevo siglo.

Los agricultores volvían su mirada a la Estación Enológica de Haro, que empezó a convertirse en un referente con respecto a estudios sobre el cultivo o la elaboración de vinos, algunos de ellos sorprendentemente modernos, y comenzó a impartir cursos de aprendices y capataces bodegueros y a ofrecer conferencias en otras localidades.

La misión de la Estación desde sus inicios fue la búsqueda de una mejor calidad en los vinos de la región desde diversas vertientes, formando a los viticultores, realizando estudios que poner en manos de las bodegas o experimentando en el campo. Unas bases sólidas que contribuyeron a que en la década de 1920, las bodegas riojanas se modernizasen y comenzasen a abrir mercados. La marca Rioja comenzó en el año 1925 a incorporarse en las botellas con la creación del primer Consejo Regulador, cuya presidencia correspondía al director de la Estación, algo que mostraba la estrecha relación de la institución jarrera con el avance de Rioja.

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Visita de técnicos de bodegas en los setenta y casona de Haro en la calle del Portillo, hoy San Felices, donde se ubicó en un primer momento la Estación.

La modernización también llegó a la Estación, con proyectos como un sistema de frío para ensayos con espumosos y fermentaciones a baja temperatura, así como el de una red de parcelas por toda La Rioja que estudiase las variables de suelos y climas de la región. Ambas ideas tuvieron que ser abandonadas, pero ponen de manifiesto el impulso innovador de la Estación en esos años previos a la Guerra Civil.

La paralización que trajo el conflicto fue casi total, con la marcha de gran parte del persona, aunque la Estación logró mantener su funcionamiento. La postguerra sólo sirvió para continuar esa dura travesía, en años de autarquía en los que el viñedo se sustituía por cereal.

Fueron momentos difíciles, pero no definitivos, ya que en la década de los cincuenta el sector vinícola riojano empezó un lento pero continuo repunte durante el cual la Estación tuvo que recuperar su funcionamiento, aumentando tanto los trabajos de laboratorio, la elaboración de vino y proyectándose al exterior de la mano de la Denominación de Origen Rioja, creada en el año 1954.

Los últimos años de los sesenta y los primeros de los setenta fueron, sin embargo, delicados, hasta el punto que se rumoreó sobre la desaparición de la Estación debido al descenso de personal, la suspensión como centro formativo por requisitos de las nuevas normativas o la falta de presupuesto para el mantenimiento.

A un periodo complicado le sucedió de nuevo uno de prosperidad, siendo los setenta y ochenta uno de los mejores momentos tanto en la historia de la Estación Enológica de Haro como en la de la Denominación de Origen Rioja. La Estación se convirtió en centro de reuniones, participó en numerosos congresos internacionales y nacionales, sus técnicos fueron valorados hasta el punto de participar en la Oficina Internacional del Vino y las instalaciones se adaptaron a las exigencias de la revolución que vivía Rioja.

En esos tiempos la Estación camina hacia su realidad actual, con un marcado énfasis en la investigación y la labor de laboratorio, con análisis de miles de muestras de la Denominación, seguimiento de la maduración en diferente municipios y formación muy específica. Un tránsito en el que la Estación estuvo ligada a diferentes instituciones estatales hasta que en el año 1983, su gestión fue transferida a la nueva Comunidad Autónoma de La Rioja.

Este hito empieza a marcar las actuales funciones de la Estación, como el asesoramiento, los estudios y la divulgación y las analíticas. Un centro en constante modernización, abierto ahora a Internet, en relación con la universidad, adaptado a las nuevas necesidades y heredero de una historia que ha perfilado el paisaje actual del Rioja.

En el principio fue la enológica

Por César Luena, Doctor en Historia. Autor de la tesis doctoral «Antonio Larrea: el alma del Rioja»

Fue cuando estaba elaborando mi tesis doctoral sobre Antonio Larrea el momento en que descubrí la dimensión histórica de la Enológica de Haro. Y qué momento. Hasta entonces, conocía la Estación como tantos riojanos: un espacio para la toma de muestras de vinos, para el análisis, para la experimentación, etc. De trabajos anteriores había tomado contacto con las valiosas publicaciones que habían visto la luz, pero no conocía las fuentes de enorme valor histórico que atesora la veterana institución, prueba documental de su importancia para nuestra Denominación y nuestra economía al fin y al cabo.

Me refiero a sus memorias anuales, y de forma especial a las que redactó Antonio Larrea durante más de treinta años como su ingeniero director, las que fueron décadas decisivas para el Rioja. 

La misión de la Estación fue la búsqueda de una mejor calidad en los vinos de la región

En ellas y en el conjunto de su historia puede comprobarse su contribución imprescindible de I+D+I, como diríamos hoy, a un sector que se preparaba para ser pionero y modélico. Contribución que han seguido y perfeccionado después, siguiendo su estela, otros estamentos como la Universidad de La Rioja o el Instituto de las Ciencias de la Vid y el Vino

Sin el «pacto entre desiguales», como teorizó el catedrático Gómez Urdáñez, no puede entenderse el Rioja en su historia; pero sin la Enológica («para todo hacen falta luces e instrucción», Samaniego), sencillamente el sistema como hoy lo conocemos no hubiera existido, pues fue esta institución jarrera por excelencia un verdadero faro y guía, desde el principio, de un producto de éxito envidiado e imitado: la vid y el vino.

Una de las primeras memorias de Manso de Zúñiga.