Entrevista: Santiago Vivanco

«La bandera del paisaje no puede impedir el desarrollo de La Rioja»

El presidente de la Fundación Vivanco advierte de que «sin buenas comunicaciones, el turista se irá a otro destino» y defiende «la compatibilidad del ferrocarril de alta velocidad con el paisaje»

José Antonio del Río Justo Rodríguez

Acomodado a los pies de Briones, el Museo de la Cultura del Vino abrocha la belleza del entorno y la de la villa milenaria que lo acoge. Inaugurado en el 2004, es uno de los motores del enoturismo riojano al que Santiago Vivanco dio vida y al que ahora presta alma y corazón para hacer bueno el encargo del hombre que soñó este Museo, su padre: «Devolverle al vino lo que el vino nos ha dado».

–¿Cómo llega la familia Vivanco a impulsar el Museo de la Cultura el Vino?

–El proceso fue largo. Mi padre, Pedro Vivanco, empieza a coleccionar libros y piezas en 1973 porque le apasiona. Pero lo hace para uso privado. Fue viajando y descubriendo museos y otras zonas vinícolas cuando se le iba ocurriendo hacer algo...

–Algo que va mucho más allá de una bodega...

–Sí. Me anima a plantear un museo para explicar a la gente qué es el vino y su mundo. Y nos pusimos a ello aunque aún tardamos muchos años.

–Se lanzaron a una actividad desconocida. ¿Pudo más el corazón que la cabeza?

–Desde luego. Era una ilusión de mi padre pero todo incertidumbre. No sabíamos si iba a funcionar o no. Al corazón se le puso algo de cabeza con una consultora y visitando museos...

–¿Y no les inquietaba que su proyecto pudiera no llegar a la gente?

–Y tanto. El trabajo de la consultora nos decía que, en el mejor de los casos podíamos alcanzar 40.000 visitantes al año. Con eso teníamos que ver si el museo podía ser sostenible económicamente. Pues bien, el primer año tuvimos 120.000 visitas. Fue un boom. Había dificultades para conseguir entradas. Y llegamos a 160.000 a los tres años.

–¿Temieron morir de éxito?

–Durante un tiempo nos estabilizamos en torno a 120.000 visitas, pero en los últimos años cambiamos de estrategia. Nos dimos cuenta de que lo importante no es la cantidad sino la calidad del visitante. Ellos mismos se quejaban, no disfrutaban. Quisimos por eso darle más importancia al enoturista frente al turista de paso. Redujimos el número de visitas, las personalizamos. Generamos más recursos y dispusimos más personal para atender mejor al visitante. Y ahora estamos en las 80.000-90.000 visitas al año.

–En usted, como en su padre, es recurrente el concepto ‘cultura del vino’...

–Sí, sí. Cuando quisimos hacer este proyecto lo apellidamos ‘cultura del vino’. El museo no es del vino ni de Vivanco ni del Rioja... es el Museo de la Cultura del Vino. La del vino es una cultura basada en todo lo que se ha generado en su relación con el hombre a lo largo de 8.000 años. Se han generado cantidad de manifestaciones artísticas y en torno al vino hay desde su propio léxico a la forma de tomarlo. Todo eso es lo que llamamos cultura del vino y a eso es lo que queremos aquí ponderar y rendir homenaje.

–Otra máxima que siempre estaba en boca de su padre y que han heredado...

–Hay que devolverle al vino lo que el vino nos ha dado. Y el vino en mayúsculas como único protagonista, sin protagonismo ni siquiera de nuestra bodega.

–¿Es ahí dónde puede radicar buena parte del éxito del Museo cómo tractor turístico para todo el sector?

–Puede ser. Es un orgullo que al Museo vengan otras bodegas con sus clientes a los que, cuando acaban, se los llevan a enseñarles sus instalaciones.

–¿Se llegaron a imaginar cuando inauguraron (2004) que el turismo de La Rioja (entonces apenas se hablaba de enoturismo) iba a tener en el Museo uno de los puntos fuertes de atracción?

–Se empezaba a hablar de enoturismo. Y yo había conocido lo que se estaba cociendo en Napa, en Australia, en Sudáfrica, en Francia o en Italia. Donde no existía era aquí. Teníamos ganas de ofrecer un producto enoturístico. Y nos dimos cuenta de que el enoturismo no es tener una bodega y recibir turistas. No. Para hacer enoturismo dejas el sector del vino y entras en el turístico. Tienes que dotarte de recursos humanos profesionales, con formación en turismo, con idiomas... Tienes que empezar a trabajar con los horarios de los turistas, no con los de la bodega; es otra cosa.

–Estábamos en el momento en que había que llamar al amigo bodeguero para que enseñase la bodega.

–Eso es. Había que cambiar por completo el chip. El que simplemente recibe al visitante en su bodega con el mismo personal de bodega, pues sí, hace enoturismo, pero en el paso más básico. Nosotros quisimos hacerlo de otra manera. Era vital estar abiertos fines de semana con un horario amplio...

–Y en ese paso, ¿se sintieron solos?

–En el sector, en La Rioja, por lo general nos llevamos bien. La competencia no es otra bodega, la competencia es la cerveza u otro país. Hay camaradería. E igual que eso es verdad, también lo es que cada uno, cada bodega va por libre. Sí somos amigos, pero cada uno en su casa. Y ese es un problema, porque deberíamos buscar mucho más la unión, aprovechar sinergias. Sería mucho más rico para las bodegas y para Rioja en general.

–¿Encontraron el apoyo de la administraciones públicas?

–Del Gobierno de La Rioja, si soy sincero, no. No entendían el proyecto y, lo que es peor, no hacían esfuerzo alguno por entenderlo. No se esforzaron en tratar de entender lo que suponía el Museo, que se creaba una nueva oportunidad de negocio y de recurso turístico para La Rioja. No lo entendieron.

–¿Y tardaron en entenderlo?, ¿lo han entendido ya?

–Lo ha entendido ya. Lleva años entendiéndolo.

–¿Demasiado tarde?

–La Administración en La Rioja ha sido muy lenta en darse cuenta de la importancia del vino como recurso turístico. Y cuando ha querido hacerlo, lo ha hecho sin criterio. Está bien que apoye, pero también tiene que exigir. El Gobierno está para animar e impulsar, pero tiene que articular un sistema para evaluar los proyectos que apoya.

–¿No llegamos, entonces, tarde al tren de enoturismo?

–La Administración cambió hace años de mentalidad y se dio cuenta de la importancia del vino tanto que cambió la política turística de La Rioja y la enfocó hacia el vino.

–Entonces, ¿todo está encarrilado?

–Bueno, bueno. No podemos hacer un reduccionismo simple y dejar todo el gancho del turismo en manos del vino. Si no tenemos el patrimonio histórico en buenas condiciones, si no cuidamos la gastronomía, si no mimamos la hotelería, si no preservamos el entorno, el paisaje... sin todo esto, el enoturismo no va a funcionar. Y al Gobierno le compete atender esos aspectos. No debe permitir que recursos patrimoniales de calidad estén cerrados, como no deben estar cerradas tantas iglesias, tantas ermitas. El patrimonio es mucho más que San Millán...

–Hablaba del paisaje...

–Yo defiendo que los tendidos eléctricos no pasen por viñedos históricos y que hay que proteger el paisaje, pero hacerlo no es sólo quejarse de las redes eléctricas y, ahora, del AVE. Las administraciones han permitido cantidad de construcciones, muchas ilegales; han tolerado que se levanten pabellones sin ningún criterio urbanístico ni estético en medio de viñas que afean el paisaje. Ahí sí llegamos tarde. ¿Quién se va a atrever a derribar todos esos pabellones?

–Decía también del AVE...

–Ahí hay mucha hipocresía. Nunca nos ha preocupado el paisaje, o lo ha hecho muy poco, y ahora que necesitamos unas buenas comunicaciones como el comer, ahora resulta que el paisaje es lo único, lo más importante. Pues no. El desarrollo es muy importante y necesitamos AVE, necesitamos buenos trenes. Si nos los tenemos, el turista se irá a otro destino. Y por supuesto que el ferrocarril puede y tiene que ser compatible con el paisaje. Pero la bandera del paisaje no puede impedir el desarrollo de La Rioja.

–Hablemos de la imagen turística de La Rioja. ¿No fue un error prescindir de «La tierra con nombre de vino»?

–Durante mucho tiempo se han hecho campañas de imagen desde el despacho y desde Madrid sin tener en cuenta la realidad. Ahora es cuando están empezando a tener en cuenta al sector. Y aunque se está corrigiendo, arrastramos un déficit grande respecto de otras regiones.

–¿Cómo concretaría ese déficit?

–Nos faltan hoteles de cinco estrellas; al verdadero enoturista le retrae que no tengamos esos hoteles u hoteles boutique, con encanto. Hay que potenciar también que las bodegas puedan desarrollar sus propios hoteles. Y un tren del vino entre Alfaro y Haro que funcione casi todo el año. Son imprescindibles sinergias entre bodegas que nos hagan trabajar unidos. El ejemplo lo tenemos en la iniciativa del Barrio de la Estación de Haro. Y reitero la importancia de tener disponibles los recursos de la región

–¿Advierte en el enoturismo una de las armas para combatir la despoblación del medio rural?

–Es más, puede ser el principal argumento contra la despoblación. El vino es el elemento común vertebrador del medio rural europeo que más puede ayudar a fijar población en Europa y aún más en España.

–Además de nuevas bodegas, ¿echa de menos nuevas iniciativas enoturísticas privadas en La Rioja?

–Claro que sí. Es bueno que haya más hoteles, más bodegas, más museos... Cada uno tiene su peculiaridad y aquí cabemos todos. Cuantos más recursos podamos ofrecer al visitante, mejor. No hay más que ver lo que ocurre en las regiones vinícolas más visitadas del mundo.

–¿Hay terreno para inversiones que puedan generar trabajo y riqueza?

–Sí, hay campo para nuevas iniciativas alrededor del enoturismo. Faltan, por ejemplo, empresas de servicios comunes. El turismo es en parte estacional y en momentos determinados se concentra de tal manera que es imposible para cualquier bodega disponer del personal fijo para atenderlo. Si hubiese una agencia con personal cualificado, con idiomas, que pudiese prestar ese servicio, sería extraordinario.

–O sea, ¿aún hay negocio?

–Hay negocio en potencia que está sin atender. Y no entiendo cómo la Universidad de La Rioja, a la que quiero mucho y con la trabajamos, permite que la gente que sale con el grado de Turismo lo haga sin haber recibido ni una sola clase de enoturismo, ni una sola, cuando es el nicho donde más salidas laborales pueden encontrar. La Universidad tiene que estar atenta. Ahora mismo tendríamos que tener la mejor escuela de enoturismo de España lo mismo que tenemos una muy buena de enología.

–Si tenemos buenas ideas, ¿cuál es el problema?

–Ideas sobran. Los riojanos tenemos que creernos de verdad que los recursos enoturísticos que tenemos son de primer nivel mundial, aunque sin caer en el chauvinismo de «somos los mejores y tenemos el mejor vino del mundo». Hay que viajar un poco más.

–¿No estamos convencidos de nuestro potencial?

–Nos falta conocer lo que hay por el mundo y nos falta actitud.

–Cree que dentro de una generación podremos felicitarnos por lo bien que hemos hecho las cosas en el universo enoturístico en La Rioja.

–Sí. Lo mejor que hay para estas cosas es que haya competencia. Y como los demás lo están haciendo muy bien, no nos queda otra que espabilar.

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