El románico y los vinos de los Obarenes
Románico rural y magia en las faldas de los Obarenes
Entre las últimas estribaciones de la cordillera Cantábrica y el Tirón, La Rioja más septentrional alberga una densa muestra de arquitectura Románica


Los Obarenes son las estribaciones más meridionales de la cordillera Cantábrica. Formaciones calcáreas de media altitud que abrigan los viñedos de La Rioja más septentrional. A sus faldas, Cellorigo, Sajazarra, Fonzaleche, Foncea, Treviana, Galbárruli, Cihuri, Castañares, Rodezno, Cuzcurrita, Tirgo y hasta Baños de Rioja defienden la personalidad que a lo largo de los siglos se han forjado como tierra de disputa entre musulmanes y cristianos, como suele ocurrir en todos los territorios que son frontera natural.

De las necesidades defensivas de la zona surgieron algunos castillos y no menos monasterios, responsables estos últimos de dinamizar la agricultura y, principalmente, una viticultura recia, propia de unos terrenos exigentes, pedregosos, calcáreos y pobres. La climatología tampoco ayudaba y uno se imagina que en no pocas ocasiones la uva ni completaría su proceso madurativo por falta de calor. Así lo confirman en Tirgo, cuyos claretes gozaron durante mucho tiempo de merecida fama porque era lo que se podía hacer con una uva escasa de maduración y corta de azúcar y grado alcohólico. Nada que ver con lo que hoy ocurre en este territorio. Lo que hasta hace no demasiado eran problemas, hoy son virtudes que adornan los vinos que se elaboran entre los Obarenes y el río Tirón.
«Cada parada, desde Treviana a Galbárruli, desde Tirgo a Sajazarra, sabe a descubrimiento»
Y el Románico. Esa misma zona recia reúne una notable cantidad de edificios no menos sobrios: el Románico de los Obarenes. Son pequeñas iglesias y ermitas, un conjunto que la doctora en Historia del Arte Minerva Sáenz Rodríguez (Universidad de La Rioja) denomina «grupo riojano alavés». En un artículo que analiza la sismología del Románico en la región a través de la escultura, siempre ligada a la arquitectura, destaca su carácter rural, que atribuye a «cuadrillas itinerantes... en lugar de a un maestro que da personalidad a un grupo o taller». Y así lo descubre el visitante cuando se detiene en las iglesias de San Julián de Castilseco y la de San Román en Villaseca, dos de las paradas que incluye en una de sus acertadas ofertas enoturísticas Bodegas Tarón.
«La zona reúne una notable cantidad de pequeñas iglesias y ermitas de un Románico rural»
El recorrido por la zona es infinito y cada parada, desde Treviana a Galbárruli, desde Tirgo a Sajazarra, sabe a descubrimiento. Son casi todos, no en vano, pueblos escasos de población, lo que alimenta la experiencia en el caso, no siempre sencillo, de que el visitante sea capaz de encontrar al guardián de la llave de la parroquia. Un trabajo con recompensa final.
Románicos
imprescindibles

Iglesia de San Julián

Iglesia de San Román

Iglesia de Santa María
