La Rioja Baja, con maravillosos paisajes y extraordinaria diversidad, también cuenta con viñedos históricos que escalan hacia las sierras de Carbonera y Yerga
La Zapatera
El viñedo de la Zapatera aprende a sobrevivir a un suelo pobre para ofrecer uvas únicas
Texto y foto: Sergio Martínez
Los viñedos del Rioja presentan en esta época del año un colorido y una vegetación que dibujan un paisaje incomparable. Cuestiones estéticas, sin embargo, difíciles de apreciar en La Zapatera. La rigurosidad de una zona pobre llevan al límite a un viñedo irregular, con claros donde no crece la vegetación y que cuenta con una imagen peculiar. La belleza está en el interior y por ello en Bodegas Nestares Eguizábal miman al máximo una viña que produce una uva especial, con una marcada personalidad reflejo de su resistencia.
En la entrada de Galilea se encuentra esta finca de más de treinta años convertida en el referente de una bodega que no pierde sus raíces, decidida a preservar el legado agrícola del pueblo. «La Zapatera cuenta con un suelo salitroso, que lleva al límite de la supervivencia al viñedo. Una finca tradicionalmente dedicada a cultivos menos exigentes pero que ofrece una uva peculiar y de mucha calidad», explica Lucía Eguizábal, enóloga de la bodega.
Con esta materia prima de la que tanto presumen se elabora Arzobispo Diego de Tejada, «un vino concentrado y con personalidad», detalla Lucía Eguizábal, y que la bodega no elabora todos los años, ya que mantiene un exigente estándar de calidad para el mismo. En su proceso, además, adquieren especial relevancia los aportes de los hollejos de la uva, «donde se encuentra el carácter del vino».
La Zapatera es sin duda su finca más emblemática, pero Bodegas Nestares Eguizábal también presume de Los Olivos, una joven plantación de chardonnay y sauvignon blanc en un entorno típico de Galilea, completamente dominado por los olivos y que refuerza el componente paisajísitico y de vinculación a la tierra.
En Bodegas Nestares Eguizábal defienden con su modelo «la diferenciación de la zona en la que estamos y las características de cada viñedo», como apunta Lucía Eguizábal. Todos sus fincas se elaboran por separado y cumplen los requisitos de ‘Viñedos Singulares’, una denominación que consideran « tardía» pero que «puede ser la salvación de Rioja».
Finca La Dehesa
Bodegas Paco García aprovecha la edad y calidad de sus viñedos familiares
Texto y foto: Sergio Martínez
Conjugar juventud y tradición es algo que siempre suena bien, pero debe ir más allá de un simple lema artificioso. Ambos conceptos tienen que estar ligados con sentido y naturalidad, como ocurre en Bodegas Paco García, una de las iniciativas más exitosas en Rioja de los últimos años, que no ha perdido de vista el valor del viñedo antiguo de su familia.
La Dehesa sirve de puente entre distintas generaciones con el mismo concepto de vino de Rioja. Juan Bautista García aprovecha el viñedo de su abuelo, un modesto espacio de 2,5 hectáreas, para hacer su vino más especial, ‘Beautiful things’, en un lugar en el que Murillo se mantiene siempre presente, a un vistazo, reivindicando las raíces, mientras que el bosque empieza a hacer su aparición para aportar a la viña sus matices más silvestres.
«El mercado no puede asimilar un millar de vinos de finca»
«Este viñedo es especial por su antigüedad, su bajo rendimiento, la ligera inclinación, un suelo con mucho canto y unos alrededores en los que predominan los pinos y olivos», detalla Juan Bautista García. Características que trasladar al vino, mimando la viña y la uva, con recolección manual y una crianza en barrica de 500 o 600 litros, «con intención de dar más protagonismo a la uva que a la madera», apunta Juan Bautista, principal conocedor del tesoro de la Dehesa.
Un viñedo sin duda singular y del que presumir, aunque García se muestra escéptico con respecto a la nueva normativa: «Es un buen paso pero no creo que sea el problema de Rioja; el mercado no lo está pidiendo ni puede asimilar casi un millar de vinos de finca».
Hacienda Barbarés
Las 300 hectáreas de la finca de Bodegas Altanza en Galilea acogen diversos tipos de suelo y condiciones
Texto y foto: Sergio Martínez
Altanza tiene su bodega en Fuenmayor pero gran parte del alma de sus vinos en Galilea, allí donde se encuentra Hacienda Barbarés, una enorme espacio de 300 hectáreas en las que perderse para apreciar las distintas peculiaridades que se consiguen solamente en una finca, de las más extensas de Rioja. Y es que caminar entre su viñedo supone observar los distintos condicionantes que le pueden afectar en escasos metros. Matices con los que después jugar en los vinos.
El tempranillo es la estrella de Hacienda Barbarés, aunque el sauvignon blanc también está presente para la gama de blancos. La variedad tinta ofrece esas singularidades de cada entorno, de cada pequeño espacio dentro de la finca. «Al ser un lugar tan grande se presentan distintos tipos de suelo, unos más pedregosos que otros, por ejemplo; variaciones de altitud importantes, siendo la máxima cercana a 600 metros o pequeñas diferencias de exposición e influencias climáticas», explica Carlos Ferreiro, enólogo de Altanza.
No pasan nada desapercibidos estos factores, presentando Hacienda Barbarés constantes desniveles, zonas resguardadas y otras más expuestas al viento y al sol, y extensiones de viñedo de distintos tamaños. Todo ello ofrece uvas con mucha personalidad y que en ocasiones obliga a una vendimia por sectores, al alcanzar el punto exacto de maduración en diferentes momentos. «En apenas cien metros de distancia las condiciones pueden cambiar mucho», recalca Ferreiro.
«Una viña joven puede dar más calidad que una vieja»
Los viñedos aún son jóvenes, de poco más de una década, pero sus rendimientos no son altos en busca de la calidad de la uva para vinos como el crianza Hacienda Valvarés, una de las grandes apuestas de Bodegas Altanza. Por ello, Carlos Ferreiro reivindica la calidad del viñedo sobre la edad del mismo: «Una viña joven puede dar más calidad que una vieja, y quizá se deba marcar la pauta más por rendimientos que por antigüedad».
Con respecto a la creación de la distinción de ‘Viñedos Singulares’, Ferreiro sí reconoce un avance sobre el que seguir trabajando: «Antes estábamos diciendo que todos los viñedos eran iguales y ahora se podrá diferenciar».
Finca Ordoyo
En las casi 100 hectáreas que conforman Ordoyo, Campo Viejo manifiesta su carácter
Texto: S. Moreno Laya | Foto: Justo Rodríguez
Conforma Ordoyo un paisaje extraordinario. El viñedo se extiende en vertical casi 100 hectáreas hasta alcanzar los 900 metros de altitud. De abajo hasta arriba, un rebaño de ovejas y cinco cabras dan buena cuenta de las hojas que aún conserva la viña tras la vendimia. Majestuoso el paisaje invita a la tranquilidad, la reflexión, el almuerzo y la conversación, con un Campo Viejo Vendimia Seleccionada al lado.
Junto a Elena Adell y Mario Ezquerro se comprende mejor lo importante que tiene Ordoyo, así se conocen estas 96 hectáreas, situadas en Quel, en un espacio recóndito, rodeado de montañas y encinas. «De abajo hasta arriba existe una altitud media de 810 metros», indica Ezquerro. «Nos encontramos en plena Reserva de la Biosfera por eso tenemos especial cuidado con todas las intervenciones que hemos realizado», apunta. Han pasado ya 25 años desde que se plantara aquí este viñedo singular. Un viñedo con pasado.
«En bodega podemos elaborar todo por separado y luego ver cómo sacamos los mejores vinos»
Elena Adell, enóloga de Campo Viejo, se siente afortunada. «En primer lugar por poder venir hasta aquí, y ver esto. En segundo lugar, porque hasta la bodega nos traen unas uvas fantásticas que desde el principio se ve que son particulares, diferentes, tienen personalidad propia. Y en tercer lugar, porque en bodega podemos elaborar todo por separado y luego ver cómo sacamos los mejores vinos. Es increíble». Un viñedo con presente.
Y Ordoyo es un lugar con mucho futuro, para Campo Viejo y para Rioja. «En total tenemos tres plantaciones experimentales que luego llevamos hasta nuestra bodega experimental y trabajamos con ellas para ver su comportamiento con el paso de los años», explica la enóloga. «Y estamos viendo cosas realmente interesantes», remata.
En este viñedo, Campo Viejo cuenta con viñas de todas las variedades que a día de hoy se pueden plantar en Rioja. «Las cuidamos, vemos cómo se comportan y cómo cómo evolucionan», remarca Adell. «Estamos trabajando con especial atención sobre los blancos, siempre en la bodega experimental, y los resultados están siendo muy buenos. Ahora, estamos realmente sorprendidos con el comportamiento de la maturana blanca, una delicia».
El Monte
Ortega Ezquerro recupera la identidad del vino de pueblo de Tudelilla en la sierra de La Hez
Texto: Alberto Gil
Tudelilla es un municipio especial, con un suelo pedregoso singular y el que mayor viñedo en secano conserva de toda Rioja. Su cercanía con la Sierra de Carbonera (La Hez) y la retención hídrica natural de su suelo aportan una frescura típica a sus vinos y una maduración lenta y pausada.
Los vinos de Tudelilla han sido apreciados y buscados desde el siglo XIX por las bodegas históricas de Haro, que encontraban en estas garnachas la frescura y el complemento para sus tempranillos. Bodegas Ortega Ezquerro es una bodega familiar, que ahonda sus raíces en cuatro generaciones de viticultores cuando Quintín Ortega, cubero de profesión, decidió comprar viñedo para elaborar como un cosechero más.
Carmelo Ezquerro, bisnieto y actual propietario, confío hace unos años al enólogo David Bastida la renovación de sus vinos, con una apuesta clara por la tipicidad de Tudelilla, con vinos de pueblo y por recuperar el orgullo de uno de los municipios más interesantes de Rioja. La finca el Monte es un paraje de unas cinco hectáreas con garnachas históricas, mayoritarias, y cepas de tempranillo, con cuyas uvas Ortega Ezquerro elabora su vino Quintín Ortega Tinto Especial, que hace referencia al fundador de la familia: «En el viñedo encontramos las garnachas de las de antes, con cepas de monastrell y garnacha blanca dispersas», explica David Bastida. «La singularidad –continúa– la marca el suelo cascajoso, típico de Tudelilla y en este caso también su cercanía a la sierra de la Hez». En este sentido, el viñedo escala por encima de Carbonera, hasta el punto de que Tudelilla es una de las últimas localidades en cerrar la vendimia de Rioja.
Viñedos en suelos pobres y aptos
El viñedo no ha sido siempre fuente de riqueza. La vid históricamente se emplazaba en los terrenos de secano, más recios y menos fértiles, que no servían para remolachas, patatas o cereal, lo que provocó una fuerte despoblación el municipio. Pero es en esas tierras donde la viña da lo mejor de sí misma: «Tudelilla es espectacular, con garnachas históricas que escalan por el suelo pedregoso hacia la sierra, pero el propio apelativo de la subzona [Rioja Baja] nos hace tener que explicar más las cosas», explica David Bastida.
«Es curioso –agrega–, que la mayoría de nuestros viñedos supera los 650 metros de altitud, más que en Haro, y, sin embargo, nos llamamos Rioja Baja».
La Oración
Hacienda Grimón explora en Finca La Oración las posibilidades de sus diferentes variedades
Texto y foto: Sergio Martínez
Finca La Oración es un lugar sin duda singular. Actualmente presenta un colorido que permite diferenciar a un simple vistazo las variedades que allí se cultivan: tempranillo, garnacha, graciano, viura y sauvignon blanc. Todo ello en una finca de 18 hectáreas. Viñedos que se abren paso en un espacio vallado, con una característica entrada que inicia un camino de cipreses y sirve de hilo conductor de un espacio meticulosamente compartimentado para cuidar cada variedad de forma individualizada, tal y como se hará en los vinos de Hacienda Grimón, en Ventas Blancas.
Ese potencial varietal es el que la bodega aprovecha hasta las últimas consecuencias, presumiendo de su gama de monovarietales de tempranillo, garnacha y graciano. «Observamos que el cliente esta ahora en este tipo de vinos que aprovechan las características de una variedad. Por ejemplo, con el Desvelo Graciano hemos tenido un éxito extraordinario», explica Paco Oliván, propietario de la bodega. En los blancos, también han apostado por los monovarietales con la viura.
Esa decisión de exprimir las singularidades de una variedad se reflejan en una finca que desde un primer momento buscaba «nutrir a la bodega de variedades que no son tan fáciles de encontrar en la zona», apunta Oliván. Una filosofía plasmada en ese muestrario varietal que es Finca La Oración.
La calidad en la tierra
Hacienda Grimón sigue al pie de la letra su filosofía de dar la mayor importancia a la uva y sus condiciones, por lo que Paco Oliván define como «ideal» que exista una diferenciación en los vinos de Rioja en relación a la nueva denominación ‘Viñedos Singulares’: «No se pueden catalogar a todos los vinos por igual». Sin embargo, el propietario de Hacienda Grimón pone el foco «en la forma de cuidar la viña y la producción que tenga», apostando por un «seguimiento de la calidad, no solo en kilos sino también en la tierra».
Ahí, en el campo, es donde empieza todo. No solamente presume Hacienda Grimón de esa gama de uvas, sino del cuidado que se tiene con ellas y el control continuado del viñedo: «Conseguir buenas uvas supone tener buen vino, por lo que le damos mucha importancia a la uva y somos muy exigentes con ella». La vendimia en Hacienda Grimón cuenta por lo tanto con una selección de uva tanto en el campo como en la bodega.
Finca La Oración es singular por esa variedad vegetal, pero también por su emplazamiento, en torno a los 600 metros de altitud, en una cantera con un terreno muy pedregoso y en una zona «muy sana», rodeada de monte bajo y olivos.
El trato al fruto en la bodega también es peculiar, con la elaboración de los vinos con métodos tradicionales como el escurrido nocturno por el propio peso de la uva en la primera fermentación, que da nombre a su vino ‘Desvelo’. Procesos que buscan aprovechar al máximo el potencial de una uva que ha sido mimada durante varios meses en Finca La Oración, conocedores del valor de una buena materia prima.
El Quiñón de Valmira
Quiñón de Valmira, el territorio del sueño eterno de Álvaro Palacios en Monte Yerga
Texto: Pablo G. Mancha | Foto: Andrea Aragón
Quiñón de Valmira es un ejercicio de gratitud de Álvaro Palacios con su tierra, un prodigio de la naturaleza que une una tradición vitícola ancestral con una suprema fragilidad que ha adquirido la garnacha con la adaptación a un entorno batido por una especie de conjunción entre siglos de descarnado cierzo y el sol del Mediterráneo, ése que se abre al valle del Ebro en un singular balcón donde nada se interpone entre la viña y el horizonte: «Es la montaña y su frescura, el soplo del norte húmedo, el aire oceánico y la luz de los veranos sin descanso. Este microclima», relata Álvaro, nos ofrece un viñedo de una «madurez de vértigo, lenta, tardía y extremadamente suave».
Y es que Valmira es «uno de esos viñedos donde el capricho de la naturaleza se une a nuestra memoria, una viña del viejo mundo que nos enamora por su sutileza, por la afinidad de estas cepas con su entorno; esa memoria –prosigue– es la historia de una adaptación y hay que saber escucharla, leer el legado del primitivo asentamiento del Císter en la Península, en los altos de Yerga».
«Es la montaña y su frescura, el soplo del norte húmedo, el aire oceánico y los veranos sin tregua»
Orientada al sudeste, este viñedo se asienta sobre terrenos de la era Cuaternaria: «Sus suelos son de 20 centímetros y están formados por sedimentación carbonatada de coluvios calcáreos. Justo debajo encontramos una base cálcica, profunda y fría. Esta austeridad de la geología también determina el perfil del viñedo», explica Álvaro, ya que Valmira produce escasos y pequeños racimos que ofrecen «un vino suave y de mil detalles».
La edad media de las cepas (todas ellas en vaso) es de 30 años y la finca está en producción ecológica. El clima propicia diferencias extremas del invierno al verano y su perfil es el de una larga ladera en forma de suave pendiente.
Cuesta La Reina
Amador Escudero aprovecha las bondades de los vinos que nacen de la ladera sur de Monte Yerga
Texto y foto: María Félez
Cuatro generaciones se han dedicado a los vinos en la familia Escudero desde que en 1852 el bisabuelo de Amador se hiciese con sus primeras viñas. Conocidos también por ser el alma del primer cava riojano, los Escudero, con bodegas en Grávalos y Pradejón (Vinsacro) llevan décadas trabajando con el mismo amor y la misma pasión dentro del mundo del vino. Una familia hecha a imagen y semejanza de los terrenos donde se cultivan sus vinos porque la tierra es parte de ellos y ellos son parte de la tierra. Las cepas más antiguas de este clan bodeguero se encuentran en el pago Cuesta la Reina, en la ladera sur del monte Yerga, un carasol privilegiado por el que a mitad del siglo XIX paseaba melancólico y pensativo Gustavo Adolfo Bécquer.
Entonces, se hospedaba en Fitero y subía, de vez en cuando, hacia Yerga donde se sitúa el primer monasterio cisterciense protagonista del ‘Miserere de la Montaña’. No hay otra forma de llegar allí más que por las viñas de las bodegas Vinsacro, cepas con más de cien años de historia que utilizan para sus mejores vinos: «Toda la vida ha sido así; se han hecho vinos especiales con los viñedos más viejos», comenta Amador Escudero, al que se le nota con sólo mirarlo el amor que desprende hacia este terruño que un día fue de los monjes de las abadías cercanas.
Sin tantas normas
Amador Escudero está de acuerdo con la nueva catalogación de vinos singulares, que permitirá que en las botellas puedan aparecer los vinos de parcela. Eso sí, no le parece tampoco demasiado nuevo. «Cada bodeguero y viticultor sabe lo que lleva entre manos y las mejores uvas siempre han servido para hacer los mejores vinos», comenta. Así, no es amigo de marcar muchas más normas dentro de la denominación de origen. «No por poner más y más normas vamos a hacer un vino mejor. Debemos tener pocas pero que se cumplan de verdad», asegura.
La zona es espectácular se mire por donde se mire. Desde abajo Yerga resulta bello e imponente; desde arriba podemos ver el triángulo donde Castilla, Navarra y Aragón se dan la mano. Pactos, batallas, rendiciones... albergan en el silencio de esos paisajes que ahora, en otoño, son un auténtico placer para los sentidos.
Este viñedo, del que se tiene primera constancia escrita en 1921 donde ya estaba registrado como ‘viñedo viejo’, no da grandes cantidades de uva, pero Amador lo tiene claro: «En el mundo del vino la cantidad siempre está reñida con la calidad», asegura.
La familia cultiva ciento ochenta hectáreas en las que exclusivamente entran abonos naturales: estiercol oxigenado por lombrices californianas. Amador se encorgullece de ello. Reconoce que ya utilizaban la confusión sexual cuando nadie creía aún en ella. «Es nuestra filosofía como empresa, tenemos un profundo respeto por el medio ambiente», asegura. Y es que lo tiene muy claro: «Sólo queremos que nuestros hijos y nuestros nietos reciban, al menos, el mismo suelo que hemos recibido nosotros y con el que nos hemos ganado la vida haciendo lo que más nos gustaba», finaliza.
Finca Pago de Valcaliente
La naturaleza de un entorno bucólico se integra en la viña de Pago de Valcaliente
Texto y foto: Sergio Martínez
Resulta llamativo que a escasos minutos de Aldeanueva de Ebro, uno de los corazones vinícolas de La Rioja, se encuentre un paraje como Pago de Valcaliente. Aislado, fundiéndose con un entorno que se descubre poco a poco, mostrando una belleza natural que hace olvidar por un momento cómo has llegado hasta allí. Un paisaje que Viñedos Ruiz Jiménez se ha esforzado desde sus inicios en preservar y fomentar, reforzando esa conexión entre la naturaleza y sus vinos.
Pago de Valcaliente se encuentra a una altitud sensiblemente superior a la de Aldeanueva, en el entorno del Monte de los Agudos. Una zona en la que predomina la vegetación de monte bajo, en la que las plantas aromáticas y el pino aportan a la uva un aroma imprescindible para Francisco Ruiz Jiménez: «Estar rodeado de toda esta vegetación le da al vino una personalidad que lo hace diferente a los demás, aprenciándose todas esas influencias que afectan a la viña».
La importancia de la flora se observa además en la cobertura vegetal y en los puntos entre el viñedo en los que se cultivan plantas aromáticas. Pago de Valcaliente, es, en definitiva, el reflejo de la viticultura de Francisco Ruiz Jiménez, decidida a aprovechar lo que ofrece la naturaleza en un lugar aislado, «con baja productividad pero gran calidad de uva», y que además ha servido para aglutinar parte del viñedo familiar.
Una filosofía que encaja con la de los ‘Viñedos Singulares’, algo que Francisco Ruiz Jiménez define como «positivo siempre que sea en beneficio de la calidad y nos permita hacer cosas diferentes»..
Finca Turrax
Bodegas Lacus da en Turrax el protagonismo a dos variedades clásicas: maturana blanca y turruntés
Texto y foto: Sergio Martínez
Rioja vive actualmente numerosos cambios que buscan reforzar su posición comercial, en la que los vinos blancos juegan un papel destacado. Un momento que Bodegas Lacus aprovecha para reivindicar las variedades más autóctonas, aquellas con una larga tradición que sirven al mismo tiempo para recordar nuestra historia y para apostar por la modernidad. Y es que en la modesta parcela de Turrax, la maturana blanca y el turruntés son las protagonistas.
Esa selección de variedades es uno de los secretos de Turrax, pero las condiciones de la finca, de menos de una hectárea, también contribuyen a que las uvas ofrezcan todo su potencial, tal y como describe Luis Arnedo: «Cuenta con una producción baja, una altitud ya decente, buena ventilación con aportes de tomillo, romero y otras hierbas, que resultan interesantes, cierta inclinación y unas vetas de piedras que cruzan la viña de forma horizontal cada pocos metros».
Las características de la finca son únicas para Luis Arnedo, ya que «esta parcela ofrece una tipicidad y refleja unos condicionantes que otras no tienen», trasladados a su vino elaborado a partes iguales con las dos variedades de blanco que cultiva y que cuentan con un gran cuidado en el viñedo pero también con un importante trabajo de elaboración en la bodega.
«La diferenciación debe ser buena para todos, no sólo para unos pocos»
La combinación de ambas variedades es la clave, lo que ha permitido que un vino de una viña tan joven ofrezca desde la primera añada una respuesta tan satisfactoria y sea reconocido en el mercado. «Aunque con algo de riesgo, me decidí por estas variedades después de mirar a la familia, al entorno y descubrir que fueron de las primeras que hubo en Rioja. Además, tienen aportes diferentes que se compensan muy bien», explica Luis Arnedo, que recalca además el «potencial futuro» de Turrax.
Un viñedo que pese a sus características, no cumple por su edad con los requisitos de ‘Viñedos Singulares’, una nueva diferenciación con la que Luis Arnedo se muestra favorable: «Es una buena idea, porque Rioja estaba acomodada y no tenía en cuenta la tipicidad del suelo y las viñas, pero debe ser buena para todos, no sólo para unos pocos».
La Pasada
Ontañón tiene su tesoro en un viñedo recóndito plantado hace cuarenta años
Texto: pablo g. mancha | Foto: Fernando Díaz
La Pasada es un terruño casi recóndito que convive en lo alto de la sierra de Yerga con zarzas, sabinas, romeros, quejigales y carrascas. De hecho, de los pinares y rebollos que coronan la serranía suelen aparecer grupos de ciervos que ramonean a su aire muy cerca de las viñas. Además, las huellas de los jabalíes delatan la presencia de una naturaleza salvaje y hermosa en un paraje insospechado marcado por su singular altura (más de 700 metros).
El tempranillo plantado hace cuarenta años por Gabriel Pérez define un viñedo singular, emblemático y de una belleza que conmueve por su quietud y por la sensación de que el tiempo transita de forma perezosa -como a hurtadillas-, sobre todo en los días cercados por las nubes que parecen difuminar la peñas desnudas de Yerga, que majestuosas protegen desde lo alto una vega que termina en el inmenso farallón de Quel, con su castillo árabe como eterno vigía en el horizonte. Este viñedo, con traza irregular y surcado por un lomo suave de montaña, se sitúa en una zona límite de cultivo tanto por su extremada altitud como por el clima fresco y continental de sus estaciones.
«La Pasada es para nosotros un viñedo único»
Raquel Pérez explica que «la figura de viñedo singular responde a la demanda del sector de crear una categoría dentro de la DOCa que esté relacionada con el origen específico de las uvas. Como categoría de valor que es, debe estar basada en criterios objetivos, medibles, trazables y restrictivos que aseguren la calidad de los vinos elaborados bajo su amparo: Condiciones edafológicas del terreno, edad mínima del viñedo, rendimiento productivo...».
La Rabanera
Fincas de Azabache apuesta por la tradición local para trasladar el carácter de sus viñedos viejos al vino
Texto y foto: Sergio Martínez
El viñedo es un tesoro que el paso de los años hace más valioso. No solamente por la calidad de sus frutos, sino también por el patrimonio natural que refleja la historia de Rioja. Años que se observan en el poderío de sus troncos contorneantes , en el colorido y la cantidad de su hoja, en su uva de sabor concentrado. Historia de la que presumir como Fincas de Azabache, que no sólo pone el foco en los años de sus mejores viñedos, sino en la tradición local de la garnacha.
En la zona de Rabanera, la nueva bodega de Viñedos de Aldeanueva esconde una pequeña finca rodeada de un paisaje que luce en estas fechas sus mejores galas y que muestra orgullosa su edad. Un viñedo de más de medio siglo de garnacha. «Es una variedad que siempre ha habido en Aldeanueva pero que con el tiempo se fue arrancando y pasó a un plano secundario. Nosotros buscamos volver a los inicios de la garnacha y darle el protagonismo que merece», explica Martín Sáenz, director técnico de Fincas de Azabache.
Vinos de primera línea
Fincas de Azabache cuenta con varias parcelas que podrían entrar en la nueva denominación ‘Viñedos Singulares’, algo sobre lo que reflexiona Abel Torres, su gerente, con una mirada optimista: «El hecho de que se puedan diferenciar estos vinos puede generar un valor añadido. Se debe marcar las pautas necesarias para que los vinos tengan una pauta de calidad, reforzando esa asociación al terruño, a la zona de donde proceden y el sitio concreto en el que se ubican. Podría permitir lanzar y diferenciar los vinos de primera línea».
El viñedo se sitúa en un espacio elevado que domina los viñedos de la zona con el relieve de Aldeanueva al fondo. «Un lugar expuesto al cierzo, un viento que le da salud a la planta», comenta Martín Sáenz, asentado en un suelo cubierto por la piedra, de gran importancia para sus características y con el que la viña ha aprendido a convivir con el paso de los años.
Todos los factores contribuyen a una uva sana, con una maduración completa, aromas concentrados, y de baja producción y alta calidad. Uno de los grandes valores dentro de la extensísima masa vegetal de Fincas de Azabache, tratada como referente en sus proyectos. Esa viña fue una de las elegidas en los primeros pasos de un proyecto contra la polilla de racimo mediante la confusión sexual, una técnica que evita los tratamientos y que debido a su éxito ya está implantándose en casi la mitad de parcelas de la bodega.
«Gran parte de la calidad del vino se debe a la uva y por ello hay que preocuparse tanto por el viñedo», recalca el director técnico de Fincas de Azabache. Su fruto merece reconocimientos y por ello el trabajo en bodega busca que refleje esa personalidad de la tierra, de la viña. La nueva bodega de la cooperativa, inaugurada recientemente, da nombre al vino obtenido de esa parcela de garnacha de Rabanera. Un caldo de viñedos tradicionales con la uva clásica de Aldeanueva, pero adaptado a los nuevos tiempos mediante una elaboración moderna y a la última tecnología.