La Rioja Central

Diversidad de suelos y microclimas en el entorno de Logroño, al norte y hacia el sur, en una zona de transición entre las subzonas altas y baja de la denominación

La viña del olivo

Memoria y perspectiva de un pionero de la singularidad

Jesús Madrazo relata las vicisitudes de Contino, el viñedo que amaba Ezequiel García y del que su padre se enamoró

Texto: Pablo G. Mancha | Foto: Sonia Tercero

La búsqueda de la singularidad de Rioja tiene uno de sus primeros exponentes en Contino, un proyecto que nació en los años setenta impulsado por CVNE y los propietarios del meandro de Laserna, que acoge una finca de 62 hectáreas que desciende levemente hacia el Ebro en tres terrazas de suelo arenoso calcáreo y en la que abundan los cantos rodados. Contino fue pionera en los denominados vinos de pago en una época en la que Rioja vivió un salto extremo en su productividad: «Nos adelantamos a los tiempos ahora que se habla tanto de singularidad», explica Jesús Madrazo, ‘hacedor de vinos’, como él mismo se califica y miembro de la familia fundadora. «Mi padre José pertenecía al Consejo de Administración de CVNE y una de sus labores era comprar uva y vino para Viña Real, y dio con esta finca. Él veía que Ezequiel García utilizaba la uva de aquí para los Viña Real y apenas los mezclaba. Se dio cuenta que Ezequiel, que era un ‘master blend’ por antonomasia, apostaba por la uva que le llegaba desde este viñedo; es decir, que la materia prima era extraordinaria».

El origen de Contino nació del encuentro entre José Madrazo y el gastrónomo bilbaíno Manuel Llano Gorostiza, que descubrió que la finca había sido propiedad del contino (soldado fiel al monarca) Pedro de Samaniego, que en su momento recibió la propiedad de la finca de los Reyes Católicos. «Cuando yo entré en la bodega, en 1994, fue en plena moda de los vinos de alta expresión. Habíamos pasado de ser los innovadores con el modelo de vino de finca a ser los últimos de la fila y casi nadie hablaba de nosotros».

Relata Jesús Madrazo que tenía en la memoria todas las añadas de Contino catadas con su padre y por los trabajos de la carrera había analizado casi cada centímetro del suelo de la propiedad: «Me di cuenta de que una de las parcelas más distintas es la del Olivo, especialmente por su perfil de suelo. Se me encendió la bombilla y pensé en la idea de hacer no sólo un vino de toda la finca, sino hacer distintos de cada uno de sus espacios. Así nació el Olivo en 1995, con fermentaciones malolácticas en barrica nueva tomando la idea de Basilio Izquierdo en Real de Asúa». Y es que en el fondo, singular es todo un paraje que se cimienta en las diferentes especificidades que se dan cita por estas tierras, tan cercanas al puente romano de Mantible, donde fue enterrado San Gregorio Ostiense en el siglo XI, después de acabar con una maldita plaga de langosta que atacó sin piedad a los viñedos de Rioja.

Fórmula de convivencia

Dice Madrazo que lo que «ha hecho importante a Rioja ha sido la capacidad de envejecimiento de los vinos. Si se viaja por el mundo, el conocedor habla de los grandes reservas de Rioja. El problema no es el sistema, lo que sucede es que es un paraguas que no diferencia prácticamente a nadie y hace que haya vinos muy baratos en la misma categoría. No hay una diferenciación de calidades. Tenemos que buscar una fórmula donde convivan el sistema tradicional y una nueva clasificación de zonas donde se justifique que existe una locomotora y una primera clase».

Finca Viña Lanciano

Río y piedras: Viña Lanciano

El Ebro y el suelo de cascajo marcan la identidad de este viñedo de Bodegas LAN

Texto: Alberto Gil | Foto: Juan Marín

En el término municipal de Logroño, en El Cortijo, sobre uno de los grandes meandros del Ebro, Bodegas LAN cultiva 72 hectáreas de viñedo de la finca Viña Lanciano, de donde salen las uvas de sus vinos ‘top’. Es una parje singular, marcado por suelos de aluvial (cantos rodados), que tienen su continuidad al otro lado del río en Viñedos del Contino –parajes antiguamente conectadas por las hoy espectaculares ruinas del puente Mantible visibles desde Lanciano. Son suelos peculiares, atípicos en Rioja con un manto de piedras sobre texturas arenosas y de que convierten a los viñedos en tempranos gracias al microclima que aporta la cercanía del río y la capacidad de las piedras de retener el calor diurno y la humedad para faciliar la maduración: «El suelo marca mucho los vinos, aportando mineralidad y una rusticidad característica combinada con elegancia y finura», explica María Barúa, enóloga de bodegas LAN.

«El suelo de cascajo marca mucho los vinos, con mineralidad y rusticidad, combinadas con finura y elegancia»

María Barúa cultiva tempranillo, mazuelo y graciano y el pago El Rincón, 15 hectáreas en la zona sur a casi 500 metros de altitud, con los tempranillos más viejos de donde la enóloga obtiene una media de 3.500 kilos por hectárea: «De ahí salen las uvas para nuestro LAN a Mano y Culmen, que son las dos grandes referencias de la bodega». «Creo que sí, que es necesario que Rioja comience a diferenciar vinos porque existen singularidades, vinos diferentes, que sí creo que tienen que tener un reconocimiento, una información específica para el consumidor». Es la opinión de María Barúa sobre el debate de la diferenciación en que se haya inmerso la denominación de origen. Diferente, desde luego, es este terruño de Lanciano sobre el río Ebro, donde, con una vitucultura sostenible, Bodegas LAN ha certificado ya cinco hectáreas de viñedo ecológico.

El Pinar de Matamala

El viñedo al otro lado del pinar

De El Pinar de Matamala, en Viana, surge el monovarietal de graciano de Viña Ijalba

Texto: S. Moreno Laya | Foto: Díaz Uriel

Lo que fue una cantera es ahora un viñedo principal para Viña Ijalba. Al otro lado de un frondoso pinar, en el término municipal de Viana, se sitúa uno de los viñedos más singulares de Viña Ijalba, porque explica a la perfección la forma que tiene esta bodega logroñesa de comprender la viticultura.

Es un terreno recuperado tras su uso en la cantera. A 450 metros de altitud aparece un viñedo de 20 hectáreas de suelo pobre, con mucha piedra y por tanto con alto índice de drenaje. Se trata de un lugar ideal para el tempranillo y también para el graciano. De esta parcela surge el monovarietal de Viña Ijalba, que como siempre está caracterizado por ser un vino realizado de forma ecológica, sin la utilización de pesticidas.

«Este monovarietal de graciano es sin duda un vino singular, además de ser ecológico»

El Pinar de Matamala es un lugar muy especial para la vid. «Presenta una buena exposición a la luz, lo que favorece la maduración temprana de la uva», explica Pedro Salguero, enólogo de Viña Ijalba desde hace más de siete años. «Cada día es más importante estar fuera de la bodega. Debemos saber cómo está la uva en el viñedo para cogerla en el momento adecuado». Por eso, este año el equipo de Viña Ijalba ha tenido una vendimia bastante larga. «Ha sido cómoda, porque la uva ha ido entrando poco a poco, pero ha sido largo, porque hemos vendimiado en cuatro meses distintos, de finales de agosto a principios de este mes, desde Rioja Baja hasta la zona de Bañares», apunta Salguero.

En 1981 se plantaron las viñas que ahora dan 4.500 kilos por hectáreas de esta finca tan especial, del que surge el monovarietal de graciano de esta bodega. «Es sin duda un vino singular, además de ecológico. Creemos que es importante lograr un diferenciación en las calidades, siempre que esté sujeto a unos criterios claros de control».

La Rad de Zorraquín

La selección de parcelas históricas para los monovarietales

Rafa Vivanco comenzó en 2000 un viaje por Rioja para buscar parcelas ideales para su Colección Vivanco

Texto: S. Moreno Laya | Foto: Justo Rodríguez

Fue el origen, el conocimiento del terreno, lo que le permitió a la familia Vivanco reconocer que Zorraquín, en la parte alta del término municipal de Alberite, ha sido siempre un lugar fantástico para hacer tintos. «Sabíamos también, que más abajo, en el valle, las uvas son ideales para los claretes. Pero aquí arriba, en la Rad de Zorraquín, había sido siempre zona de muy buenos tintos». Así que Rafa Vivanco se puso a recorrer La Rioja para ver si podía darle sentido a su idea, que no era otra que la de crear monovarietales de variedades típicas de Rioja de una selección de parcelas muy concretas. Y en ese recorrido, tenía claro que la garnacha debía proceder de Zorraquín.

Garnachas de 1900

En Zorraquín (Alberite) existe una zona fantástica para la viticultura. Es la exposición sur de la zona de Murrieta. Laderas de viñas que caen hacia el valle, con Murillo y Alberite al fondo, de choperas y viñas más productivas rodeados. En esta zona alta, se encuentran fincas que sin duda forman parte de este patrimonio histórico que se reconoce a través de la enología de hace dos siglos. Pequeñas parcelas que viñas, como estas garnachas de Vivanco, plantadas en 1900. Viejas, rústicas, protegidas para que sigan ahí.

«Y descubrí esta parcela de media hectáreas. Son viñas plantadas en 1900, por tanto tienen 116 años. Son viejas, se retuercen, pero nos dan cada año unas uvas fantásticas», advierte Rafa Vivanco. Es una parcela que se cultiva en ecológico, con garnachas muy rústicas siendo de por sí la variedad más rústica, pero que gracias a un suelo pobre, pedregoso, y con exposición sur a 450 metros de altura ofrece muchas riqueza para hacer el Parcelas de Garnacha de la Colección Vivanco.

Vivanco es cultura del vino, y hacer esta selección de parcelas, sin duda alguna, es favorecer la cultura del vino. «Se trataba por aquel entonces de hacer algo que no se había realizado hasta el momento. En el año 2000 comenzamos a trabajar en estos monovarietales y para 2005 logramos sacar todos nuestros monovarietales salvo el mazuelo que nos costó un poco más», apunta Rafa Vivanco. De la selección de parcelas históricas, como esta de la Rad de Zorraquín, surgen vinos que llevan a Rioja más allá del escenario del tempranillo.

Pago Capellanía

Allí donde el vino se sueña

Pago Capellanía ofrece las viuras de los cien puntos Parker del Castillo de Ygay de 1986

Texto: Pablo G. Mancha | Foto: Justo Rodríguez

María Vargas, de Marqués de Murrieta

Explica María Vargas, enóloga de Marqués de Murrieta, que Finca Ygay es singular desde su nacimiento por la obsesión inmemorial de esta bodega centenaria de buscar alma en los vinos y en el viñedo: «El éxito de Murrieta es que a lo largo de la historia ha sido capaz de mantener un criterio firme desde una finca situada al sur de Logroño con 300 hectáreas, con un suelo arcillo calcáreo que debe su personalidad a haber sido el lecho del río Ebro. De hecho, tenemos todos los vinos previamente visualizados desde un viñedo que es capaz de ofrecernos vinos como Castillo de Ygay de 1917 y 2007 y comprobar que son hermanos; esto es algo único en el mundo», subraya. Pago Capellanía es uno de los parajes más especiales de Finca Ygay merced a sus viuras de más de setenta años de edad ubicada en la zona más alta del bellísimo paraje, a 500 metros de altura. «La viura es realmente extraordinaria cuando toca barrica. En el caso del Castillo de Ygay Blanco Gran Reserva especial de 1986 (100 puntos Parker) su fermentación se realizó en tino de roble americano, estuvo 252 meses en barrica de roble americano y 67 meses en depósito de hormigón».

«Es un viñedo que es capaz de ofrecernos vinos como Castillo de Ygay de 1917 y 2007 y comprobar que son hermanos»

Este viñedo da un grano especialmente pequeño y controla muy bien la producción, hablamos de 4.000 kilos por hectárea. Con producciones tan escasas la cepa le transmite muchas cosas a cada racimo. Y es exactamente eso lo que nos ofrece tanta complejidad. Toda la edad traslada muchas sensaciones al vino. Tenemos mucha luz pero no demasiado sol, lo que nos permite una maduración suave y escalonada. «El tiempo en el vino y en viñedo es muy importante para que todos los procesos metabólicos se materialicen con extrema lentitud».

Alto Cantabria

La belleza de la viura en lo alto de un icono, el Monte Cantabria

Alto Cantabria es un viñedo emblemático para Valdemar, una meseta fluvial donde nace uno de sus vinos icónicos

Texto: Pablo G. Mancha | Foto: Sonia Tercero

Ana Martínez Bujanda, de Valdemar, asegura que hay que escuchar a la tierra para elaborar buenos vinos: «Nosotros llevamos haciendo la diferenciación por viñedos desde el origen de la bodega atendiendo a todas las variables que nos ofrece el clima, el suelo y las variedades en cada parcela. Eso sí, lo pusimos de relieve de forma exterior con la salida en 1989 al mercado de nuestro primer vino de finca, el Conde Valdemar Finca Alto Cantabria, y luego en 2007, con el nacimiento de Inspiración Valdemar, que es una bodega que surgió para que todos sus vinos expresen con volúmenes muy bajos de producción toda la personalidad de todas y cada una de nuestras fincas. Buscamos el vino de terruño y también todo el trabajo de variedades minoritarias que hemos emprendido con el graciano, tempranillo blanco o la maturana, entre otras». Relata Ana que desde que se fundó Conde de Valdemar en los años ochenta con control de temperaturas en los depósitos o las microxigenaciones, el trabajo en bodega ha sido fundamental, aunque nuestra principal baza «siempre ha sido el viñedo», recuerda.

Diferenciarse es convivir

Explica Ana Martínez Bujanda que la diferenciación es fundamental para distinguir los distintos Riojas: «En casa lo llevamos haciendo desde el principio, buscando la singularidad de cada uno de los viñedos, de su clima y de los suelos. Para nosotros es algo esencial», explica. «Aunque eso no significa que esté en desacuerdo con el modelo tradicional. Estoy convencida que pueden convivir los dos sistemas y que además eso engrandecerá más la diversidad y la apuesta por la calidad que debe de ser el camino de nuestra denominación».

Alto Cantabria es un viñedo emblemático para Valdemar. Es una terraza situada en una colina icónica de la ciudad Logroño, que cuenta con una superficie algo mayor de 23 hectáreas y que mayoritariamente tiene viuras de más de cuarenta años, con nuevas plantaciones de tempranillo blanco. «Nos han dado muchas alegrías los vinos que han salido de aquí desde que lo plantamos en 1974; de hecho tenemos dos vinos de finca». El primero fue el Conde Valdemar Alto Cantabria, que data de 1989 y que fue pionero al elaborarlo con fermentación en barrica. «Salió con la etiqueta de Akelarre, porque mi padre había hablado con Pedro Subijana, que por aquel entonces, en plena tendencia de los vinos jóvenes, se hacía una pregunta: «¿No se pueden hacer vinos blancos que tengan carácter, más profundidad, más matices…?». Es cien por cien viura y se envejece en barricas nuevas de roble francés. «Más adelante, pensamos que si era un viñedo excepcional para la viura, creímos que iba a resultar muy bueno también para el tempranillo blanco. En total hay 3,5 has de esta variedad».

El viñedo esta en un altiplano rodeado de pendientes que terminan en el Ebro por lo que se le puede considerar como una terraza fluvial. Su suelo es franco, está alfombrado por cantos rodados y una de sus principales características es su constante aireación, que permite una enorme sanidad y previene de heladas.