Viñedos singulares: Rioja Alta Najerilla

Rioja Alta - Najerilla

Pueblos de enorme tradición y vocación vitícola que entra a través del Najerilla hasta las primeras estribaciones de la sierra de la Demanda

La Canal del Rojo

La reconversión de la garnacha para un vino exclusivo

El paraje La Canal del Rojo de Badarán cuenta con varios viñedos únicos con los que cuenta Gómez Cruzado

Por Diego Marín A.

Los Pancrudos son una serie de cimas de una misma montaña de la Sierra de la Demanda. Todas superan los 2.000 metros de altitud y se sitúan entre Valvanera y el San Lorenzo. Precisamente el techo montañoso de La Rioja es perfectamente visible desde el paraje La Canal del Rojo, donde Bodegas Gómez Cruzado cultiva las viñas de un proveedor. Unos viñedos que antaño se utilizaban para elaborar vino clarete pero que han sido reconvertidos, reutilizados, para la elaboración, precisamente, de un vino de prestigio como es Pancrudo Selección Terroir.

«El vino lo elaboramos con la uva de media docena de pequeñas parcelas de Badarán que, cada una, quizá, no da ni 1.500 kilos. Para nosotros este es un lugar especial y diferentes por el suelo, muy rojizo, arcilloso, y con canto rodado; el clima, con mucha influencia de la sierra, frío y lluvia; y la variedad, porque estos son viejos viñedos de garnacha», explica David González, enólogo de Bodegas Gómez Cruzado. Cabe destacar la curiosidad de que los propietarios de la bodega, que son mexicanos, descienden, precisamente, de pueblo de Badarán.

La garnacha es una variedad más resistente a la enfermedad del oídio que el tempranillo, así que, aunque la vid de la uva que emplea Gómez Cruzado realmente se plantó hace casi 80 años para elaborar rosados pálidos, ahora que «son viejas y producen muy poca uva, podemos permitirnos el lujo de elaborar tintos con ella». «Si catas el vino a ciegas nunca dirías que es de Rioja, parece más de la parte alta del Ródano e, incluso, nos han llegado a decir que es de la Borgoña porque no es la habitual expresión de la garnacha; es mucho más fina, el vino tiene muy poco color y destaca la mineralidad», asegura David González.

«Este vino no se podría hacer en ninguna otra parte del mundo»

El enólogo de Gómez Cruzado también afirma que el vino Pancrudo «no se podría hacer en ninguna parte del mundo, excepto en Badarán, las características son las de la garnacha de este pueblo». El viticultor que abastece de esta uva, opina González, «es de los que quedan pocos porque este tipo de viña da mucho trabajo manual, y te tiene que gustar mucho para mantenerlo». «No existe otro lugar en el mundo en la que se cultive una garnacha en estas condiciones», declara David González. Eso hace que el paraje contenga un viñedo singular y que este ofrezca un vino tan exclusivo como Pancrudo. «En Navarra hay garnachas en zonas frías, pero con esta ladera, este clima y tan cercano a la sierra, este viñedo es único», opina el enólogo de Gómez Cruzado.

Cuidar y dar más valor

«Que obviemos la clasificación que ya existe y que tanto éxito ha dado a Rioja no creo que sea bueno. Es importante diferenciar, pero no poner nada por arriba de la distinción que ya hay», opina David González, quien entiende que «en Rioja se elaboran muchos tipos de vino en diferentes lugares y eso sí merece una diferenciación, pero no sé si en calidad, sólo como zona; lo que sería un error es situarlo por encima de los Reservas y Grandes Reservas». «Es importante cuidar lo que venimos haciendo, incluso darle más valor», propone.

Valpiedra

El cinturón climático del Ebro

«La singularidad no debe estar diseñada por el hombre, la brinda la naturaleza»

Por S. Moreno Laya | Fotos Justo Rodríguez

Localizada en un meandro del Río Ebro, con su propio microclima y a 420 metros de altitud, se sitúa uno de los parajes más extraordinarios de Rioja, la finca Valpiedra. Se trata de un viñedo atípico por su suelo cubierto de un manto de cantos rodados, de terreno aluvial y de lecho de río. La edad del viñedo es de 45 años y la variedad tempranillo procede de selecciones masales de los antiguos viñedos de Rioja, con una producción más baja.

Casi 4 kilómetros de río Ebro rodean y hacen de cinturón climático de esta finca tan especial. «A grandes rasgos se trata de un clima continental con inviernos largos y veranos calurosos, pero este microclima se caracteriza por una mayor humedad relativa en verano que mitiga los golpes de calor y por unas temperaturas máximas menos extremas que el propio clima continental», explica Lauren Rosillo, director técnico de Familia Martínez Bujanda.

Finca Valpiedra se divide en 14 parcelas con las que se elaboran dos vinos, utilizando distintos materiales para su elaboración pero respetando siempre al máximo el carácter de la uva.

«Sabemos bien la importancia de ser honestos»

«Somos defensores de los vinos de finca o de pago y sabemos bien la importancia de ser honestos», apunta Rosillo. Por tanto, Viñedos Singulares es «un proyecto ilusionante y una buena forma de comenzar a diferenciar las mil posibilidades de esta denominación de origen». Pero advierte de que es «importante hacerlo con pulcritud y respetando los diferentes grados de singularidad. La singularidad no debe estar diseñada por el hombre, debe ser brindada por la naturaleza y se debe ser exhaustivo».

Para Lauren Rosillo existen criterios para reconocer la singularidad: «La edad del viñedo y su conducción pueden ser factores importantes a la hora de diferenciar singularidad ya que éstos denotan tradición y ancestro, pero hay que sumar otros, como son el suelo, el microclima, el mesoclima y la adaptación de esa planta a todos esos factores: el terruño en definitiva».

La Hoya

Vuelta a las raíces con vinos tranquilos desde Hormilla

Manuel García inicia una nueva andadura en las laderas de Hormilla con vinos de cepas viejas de tempranillo

Por Pablo G. Mancha | Fotos Justo Rodríguez

En lo alto de los temblorosos alcores que discurren en el escarpado e irregular camino de tierra que va de Hormilla a Hormilleja se sitúa La Hoya, un singular barranco abierto hacia el sur que ofrece una mirada abierta a la indispensable Demanda y se siente protegido a sus espaldas por el imponente telón pétreo de la Sierra de Cantabria.

Tempranillos de cuarenta años en vaso y un aire inmisericorde que durante todo el año ofrece la savia de la sanidad a este lugar tan especial para un hombre singular, Manuel García, que tras dirigir Regalía de Ollauri desde su fundación, ha buscado su refugio en Bodegas Mazuela para elaborar sus propios vinos y un poco su propia vida: «He regresado a mis raíces», explica en los albores de su nueva bodega, donde con apenas cuatro depósitos y el apoyo de unas vasijas veteranas en las bajeras de la casa de su abuela, se encuentra edificando los cimientos de su proyecto más personal.

Pasión por el ciclismo

Una de las pasiones de Manuel es el ciclismo, deporte en el que ha logrado grandes éxitos. Ha creado una marca llamada Stelvio, en homenaje a un puerto de los más emblemáticos de los Alpes con la friolera de 48 curvas de herradura: «Es un crianza que quiero que me haga feliz y que deseo vincular con el mundo del deporte porque cuando coloqué la idea en las redes sociales tuve una respuesta muy favorable. Pero no se trata de un vino de ciclistas, simplemente quiero volcar mi respeto y admiración hacia dos mundos que me fascinan».

«He llevado muchos años viajando, vendiendo, sacando adelante proyectos de innovación y sentía que me estaba alejando de mi raíz, de mis viñas... No me acordaba de la última vez que había estado en la viña desnietando o espergurando. Ahora busco identificarme con la viña, con la cepa y es precisamente en La Hoya donde encuentro uno de los espacios que me recuerdan inmediatamente lo que soy». Manuel explica que tiene clara el tipo de viticultura y enología que desea aplicar a su nueva bodega, tanto en la uva como en las fermentaciones o en la aplicación del frío para no perder fruta: «Mi intención es hacer vinos equilibrados, con menos extracción de color y sin tanta estructura, vinos amables que den placer y que unan tradición y modernidad».

Olagosa

Olagosa, en la vida de Perica

El viñedo esencial de esta bodega de San Asensio se enclava en un espacio singular

Por S. Moreno Laya | Fotos Miguel Herreros

Late el corazón de Perica desde la finca Olagosa, un espectacular viñedo de 32 hectáreas a 510 metros de altitud situado en el término municipal de San Asensio, un viñedo desde el que se observa la torre de la iglesia de esta localidad. Plantada hace 33 años sobre suelos arcillo calcáreos en la parte baja, y arcillosos en las zonas más altas, Perica elabora sus principales referencias, «los crianzas, con las viñas de la parte baja; y los reservas con las uvas procedentes de la parte más alta. Después, de las viñas más viejas (60 años) creamos el Perica Oro», explica David García, gerente de esta bodega de clara tradición familiar.

«Nos encontramos en una zona muy importante para Rioja. Surgen de este enclave uvas de gran calidad. Es una tierra pobre, y su situación, entre cordilleras, permite el paso de aire, por lo que no se trata de una zona estanca. Son viñedos aireados», apunta David García.

«El buen hacer en bodega precisa de una diferenciación del terruño»

Olagosa en una finca principal para Perica. Tanto que «en vendimia hacemos una primera selección en el propio viñedo. Solo se vendimia lo mejor, para así garantizar que a bodega solo entre aquello que hemos visto en el viñedo que destaca por su gran calidad». Olagosa es un viñedo que plantó David Perica, padre de los actuales gerentes de la bodega. 33 años han pasado desde aquel día para estos viñedos tempranillos y viuras, «una variedad con la que Rioja tiene una deuda».

La viura es algo propio, «nos diferencia», y desde esta diferenciación parte todo. «El buen hacer en la bodega se tiene que ver respaldado por el trabajo en el viñedo; y es necesario que exista una diferenciación del terruño para darle valor añadido», explica David García, que presentará para esta Navidad el David Perica Selección Familiar, con un 25% de uva maturana.

Los Chuecos

La viña, en la parte alta, en el monte, «donde sale el buen vino»

Lo saben los viejos viticultores de Rioja, y lo mantiene vigente Alfredo Bernáldez, de Bodegas Alvia

Por Sergio Moreno L. | Fotos Justo Rodríguez

Bodegas Alvia controla más de treinta hectáreas de viñedo de la variedad tempranillo, garnacha, graciano, viura y malvasía. Están repartidos en diferentes localidades de la zona de la Sierra Cantabria: Leza, Labastida, San Vicente de la Sonsierra, Rivas de Tereso. Viñedos, todos estos, situados en zonas altas con influencia de un clima Atlántico, al resguardo de los vientos fríos del norte. Al otro lado del Ebro, y más cerca de la bodega, dispone de viñedos viejos en Huércanos, Cenicero, Ventosa y la zona del Alto Najerilla. En todos ellos se ha tenido en cuenta para su selección, el microclima, la orientación de las parcelas, la baja productividad de las cepas y la edad del viñedo.

En el término Los Chuecos, en Huércanos, Bodegas Alvia gestiona dos hectáreas de tempranillo que reúne lo anteriormente citado: microclima, orientación, baja productividad, y edad del viñedo.

Entre 95 y 97 años tienen los tempranillos situados en estas dos hectáreas rodeadas de monte bajo. «Es muy importante esta finca para nosotros. Buscamos esos viñedos y esa gente que quiera trabajar con estas cepas tan viejas, con tan baja productividad, pero donde prima la calidad por encima de lo todo lo demás», explica Alfredo Bernáldez, enólogo de Bodegas Alvia, situada en Ventosa. «Y nos gusta mantener con los viticultores que cuidan estas viñas una relación muy estrecha. Porque con buenas uvas y buenas barricas se hace buen vino», indica.

Casi todo al exterior

No para de viajar Alfredo Bernáldez. De un lado para otro con el objetivo de posicionar sus diversos vinos en el mercado exterior, sin duda, gran referente para la salida de estos caldos de calidad. «A día de hoy, el 80% de nuestra producción se vende en el extranjero», indica. Alemania, Gran Bretaña, Italia, Sudáfrica, Estados Unidos... son alguno de los países donde disfrutan de los vinos que salen de esta bodega situada en Ventosa. «El 20% lo estamos vendiendo en España. Nuestra ubicación en el Camino de Santiago no ayuda».

Victoriano fue el responsable de plantar estas dos hectáreas de tempranillo. «Él ya sabía lo que muchos viticultores ya ancianos siempre nos han dicho. Aquello de que el buen vino arriba, en el monte». A 600 metros se encuentras estas dos hectáreas de baja producción, pero que ofrecen uvas «de una gran calidad con la que elaboramos el Livius, un monovarietal con uvas de viñedos viejos de 75 a 100 años».

Proyecto personal

Bodegas Alvia es la respuesta de Alfredo Bernáldez a sus más de 20 años de experiencia enológica en Rioja. «No quería ser la bodega 600 de Rioja. Quería hacer algo diferente. Y para ello está siendo clave el conocimiento adquirido todos estos años de las viñas de esta zona: Huércanos, Cenicero...», apunta el responsable de Bodegas Alvia. «Antes no salía de la bodega. Ahora lo principal es estar fuera de ella. Quería ver lo que se estaba haciendo y vendiendo, porque para hacer buen vino hay que saber qué desea el consumidor».

El Plantizo-Los Paletones

Singularidad y factor humano

De El Plantizo a Los Paletones para advertir la riqueza en parajes del viñedo riojano

Por Sergio Moreno L. | Fotos Díaz Uriel

El factor humano es un elemento esencial a la hora de comprender los parajes del Rioja. Sin el factor humano sería imposible reconocer la verdadera dimensión de este patrimonio. En este caso concreto, alguien plantó unas viñas en 1976 en el Plantizo. Observó la pendiente, el tipo de suelo y la orientación para comprender que en este espacio deslizante hacia el valle, la viña se expresaría en plenitud. Tempranillo y algo de viura para dotar de sentido el trabajo que luego se realiza en la bodega. Se obviaron cuestiones tan importantes en aquellos años como la productividad para apostar por la calidad. Y Bodegas Riojanas trabaja desde entonces con el Plantizo, una finca en Cenicero de referencia para esta bodega centenaria.

El factor humano como argumento diferenciador de parajes sin igual. «Al final, el viñedo singular depende del factor humano, del trabajo en el campo, del cuidado a la viña, de hacer una buena viticultura que sea favorable para extraer todo el potencial de ese clima, suelo y cepas tan perfectamente indicadas», explica Emilio Sojo, de Bodegas Riojanas.

«¿Mezclar parajes? Será necesario establecer un pacto entre caballeros para avanzar»

Dejamos El Plantizo para en pocos minutos acercarnos a la desembocadura del Najerilla. Allí se encuentra la finca Los Paletones, también de Bodegas Riojanas. Algo más de dos hectáreas en una ladera fresca, pedregosa y húmeda. Cepas pequeñas que ofrecen cada año mucha concentración. Es sobre el terreno cuando le surge una duda a Pablo Orío, enólogo también en Riojanas: «¿Se podrán mezclar parajes?», pregunta en relación a Viñedos Singulares. «Lo mejor de aquí, de allí... Veremos cómo se resuelve, pero habrá que establecer un pacto entre caballeros, regular cómo se hará y controlar que se respeta».

Los Paletones

La comprensión del viñedo singular como un patrimonio

Las vides prefiloxéricas de la finca Los Paletones de Cenicero se sujetan a la ladera y dan testimonio directo de la viticultura rústica

Por Sergio Moreno L. | Fotos Justo Rodríguez

Es una hectárea y media de viñas sin pie americano. El viticultor que aún las guarda cuenta con 78 años, y ya las recordaba viejas cuando él era joven. Sujetas a una pedregosa ladera, estas viejas vides soportan el paso del tiempo ancladas al suelo pobre usando su pie autóctono. Lo hacen de «milagro», tras haber superado la filoxera –o eso creen porque no existe referencia alguna de cuando esta finca fue plantada, salvo que había un encinar– y el paso del tiempo, para dar cada año unas uvas muy especiales que tratan y miman como se merecen en Marqués de Cáceres. «No os podéis imaginar los aromas a torrefactos tan increíbles que dan estas uvas. Elaboramos cada parcela por separado, y esta sin duda alguna es muy especial», apunta Fernando Gómez, con 43 vendimias a sus espaldas.

Paletones es patrimonio de Rioja, es un lugar que refleja la viticultura rústica que ha llegado hasta nuestros tiempos. Esta hectárea y media supone la comprensión de lo que significó la vid para el riojano de hace dos siglos. «Ahí abajo, en el valle, el cereal. Aquí arriba, en esta ladera llena de piedras, la viña. De lo que tenían y poseían tenían que sacar el máximo rendimiento», reconoce Fernando Gómez, admirado cada vez que visita esta finca por «el trabajo que a lo largo de la historia ha tenido que hacer esta gente para sacar uva de esta finca. Es increíble. Fíjate la de piedras que sacaron en su día en los capazos», apunta hacia su alrededor repleto de montículos pedregosos dejados ahí hace mucho tiempo.

La cepa de «¿tinto fino?»

«Yo esto no sé lo que es». Recoge con sus manos Fernando Gómez una vid de hojas rojas que destaca del resto por su vigor. Erguida florea al viento con coquetería. «No sé, la verdad. No sabemos qué variedad es. Por la hoja pensamos que mazuelo, pero luego se ve que la uva no es de mazuelo. Alguno dice que es tinto fino, pero ni idea», remarca este enólogo con más de 40 vendimias, por lo que las habrá visto de todos los colores. «Y hay por ahí alguna otra. Al tinto fino le dicen en la Ribera al tempranillo nuestro», aclara Fernando Gómez.

El guardaviñas, el olivo, los montones de piedras, y tempranillos y viuras históricos que ha superado todas las visicitudes posibles hasta llegar a la vendimia de 2016. «Hemos sacado 6.000 kilos de esta hectárea y media. Otros años no da tanto», apunta Gómez. Y no deja ser sorprendente. «Es con este desnivel, con todas estas piedras. Es una viña que no coge nada de agua. Es que no puede. Y además orientación norte, por eso esta uva guarda toda la frescura. Cuando hace la maloláctica en barrica nueva coge un aroma de torrefacto que es espectacular».

Y está Fernando Gómez dándole vueltas a una idea. «Estamos este año viendo si sacamos un vino especial. Ya veremos». De lo que no duda es de la conservación de este viñedo. «Esto no es una cuestión de su actual propietario que trabajo duro para mantenerlo. Marqués de Cáceres lo cuidarán siempre porque estamos ante un viñedo que sin duda alguna es patrimonio histórico de Rioja». Paletones es un lugar muy especial.

Peña El Gato

Las íntimas laderas de Baños

La pasión de Juan Carlos Sancha por las garnachas centenarias de Peña El Gato y La Isa

Por Pablo G. Mancha | Fotos Justo Rodríguez

Juan Carlos Sancha es una especie de arqueólogo de variedades y territorios, un buceador de las especies más desprotegidas y en muchas ocasiones olvidadas de las castas varietales. En su labor investigadora en la Universidad de la Rioja y en su trabajo con Viña Ijalba ya puso de relieve una especial sensibilidad por lo minoritario a la que ahora ha dibujado su acento más personal en el proyecto Ad Libitum.

Estamos en Baños de Río Tobía, en sus montes más feraces donde Juan Carlos guarda un tesoro en dos terruños peculiares: Peña el Gato y la Isa, dos espacios tan hermosos como por momentos inaccesibles donde este viticultor cuida como oro en paño viejas garnachas de escasísimo rendimiento pero que ofrecen una calidad inusitada que convierten su mosto prácticamente en un néctar. Son laderas a más de 750 metros de altura expuestas al sol y con forma de anfiteatro, escarpadas como ellas solas.

«Todo hay que hacerlo con máximo cuidado para no malograr un legado que es sencillamente único»

«Son suelos pobres, poco profundos y calizos que reducen el vigor de la vid pero que dan una calidad única; es el legado que hemos encontrado de nuestros antepasados más sabios», explica. «Hablamos de viñedos históricos, irrepetibles, cultivados por más de tres generaciones de viticultores que tomaron la decisión mantener el cultivo de estos viñedos pese a su nula rentabilidad económica. Ahora, nosotros lo que hacemos es dar una viabilidad a estos espacios poniendo en valor la calidad de su producción. Cuesta llegar hasta ellos, la vendimia es a mano, todo hay que hacerlo con máximo cuidado para no malograr un legado que es sencillamente único».

La elaboración de este vino se basa en la mínima intervención: «Hay que devolver el protagonismo a la viña que ha sido capaz de interpretar el terreno y adaptarse».

Carasol del Zapatero

Un microcosmos de viejas viñas blancas en la zona de Cordovín

Suaves colinas del Valle de San Millán jalonadas de viejas viuras y malvasías donde nacen blancos con alma

Por Pablo G. Mancha | Fotos Miguel Herreros

Desde cualquier promontorio del Valle de San Millán se asoma a los ojos una singularidad múltiple que define la belleza de los pequeños minfundios de viñedos de diversas variedades, especialmente blancas, que se encaraman por la laderas de las redondeadas colinas de Cordovín, Alesanco, Azofra, Cárdenas, Hormilleja y la red de pequeños afluentes del Najerilla que bañan los diminutos valles de la zona.

Un microcosmos, que como subraya Luis Miguel Martínez, de la bodega Florentino Martínez, está marcado por una tradición de vinos medievales (especialmente los blancos y claretes), que era el vino del segador, el vino de Castilla que se exportaba al norte y que atendían a diferentes variedades: garnacha, viura, malvasía y otras minoritarias como la maturana, el torrontés o el calagraño, que se encontraban diseminadas en los viñedos de manera natural. Con la filoxera llegan los franceses a Rioja y Luis Miguel Martínez explica que «nuestra zona queda un poco aislada de su influencia y se mantiene la elaboración tradicional gracias también a nuestros mercados naturales, el País Vasco y Castilla».

A mitad de la década de los ochenta del siglo XX comenzaron a embotellar las bodegas de la zona: «Nosotros lo hicimos en 1986 y comercializamos en nuestras propias instalaciones. Lo que se vendía en garrafones empezó a salir en botellas. Llevábamos el clarete al País Vasco o a los bares de Santo Domingo de la Calzada o Nájera, en los que se vendía el vino de mesa. Hicimos unos carteles en los que se decía ‘Pon un Cordovín’, y aunque valía un poco más, la gente lo aceptó muy pronto por su frescura y calidad».

El blanco del carasol

El proyecto ‘Florentius’ nace en la viña, en la «selección de lo mejor de lo mejor de miniparcelas en vaso donde se cultivan viuras y malvasías en estado puro», explica Luis Miguel, que ha recuperado para las etiquetas miniaturas iluminadas mozárabes del scriptorium de San Millán. Carasol del Zapatero es uno de los viñedos que aportan su malvasía y viura a este vino. «Todo se vedimia en un día y de cada viñedo se elige lo mejor. Hacemos una selección de lo mejor para elaborar uno de los vinos que mejor definen nuestra filosofía».»

En los años noventa, esta bodega comienza a comercializar sus blancos. «Siempre los hacíamos. Yo recuerdo a mi padre que elaboraba dos o tres cubas de blanco que vendíamos a bodegas grandes. Tuvimos problemas para plantar variedades blancas porque el Consejo en aquellos años no daba autorizaciones, además de inconvenientes con la intensidad de color de nuestros vinos e incluso con el nombre del clarete, que se nos prohibió en las etiquetas, aunque lo pusimos».

Luis Miguel y su hermano Florentino se sienten orgullosos de la singularidad de su zona, de sus claretes y su pasión por los blancos. Todos los viñedos atienden a una selección natural: «Ponían lo que daba bueno, por eso hay tantos viñedos plantados antes de la guerra con variedades blancas muy contrastadas. Nuestra esencia es el blanco», dicen orgullosos.